domingo, 24 de noviembre de 2019

RIVER PREPARÓ EL ASADO, FLAMENGO SE LO COMIÓ.


Por Manuel Araníbar Luna
Los que saben cocinar –no figuramos en la lista— dicen que, a diferencia de la feijoada cuya cocción, toma varias horas,  preparar un asado es mucho más sencillo. No hay que hacerle muchos adornos ni ponerle tantos aliños. Pensando en esas dos viandas, hambrientos de triunfo, ambos equipos entraron a la cancha sin almorzar, guardándose para la comilona que se venía.
Un tango de favela...
Los platenses no se hacían problemas. Marcaban hombre a hombre y en muchos momentos al estilo europeo (tres contra uno) y esto les bastaba para asfixiar a los cariocas. Corrían como gacelas, chocaban  como bisontes y peleaban como hienas. Y claro, en el futbol moderno se juega así, nos guste o no. Mientras que al frente, sorprendidos y sin lugar a la iniciativa, los cariocas no atinaban ni a ensamblar un Lego de cuatro piezas. Armado hasta los dientes, Armani no pasaba sobresaltos, y si los había los solucionaba con agilidad y reflejos felinos. Montiel se pegaba -inmoral y deshonesto- sobre el alero carioca, faltándole poco para morderle el pescuezo. Martínez Quarta ponía la palanca en tercera  metiéndole a todo brasileño que pasara por su lado un solo de chamuyo sobre libertad, democracia, y todas las demagogias de los políticos en elecciones. Entre el pelado Pinola y Casco coceaban a Gabi Barboza a quien le creció la barba esperando una chance de novio para meterla en la canasta. Y es que a Gabigol la parejita platense no le daba ni una pendejécima de espacio, y con ello se extraviaba como Steve Wonder en una selva de piernas de reses argentinas. Pobre Gabi, su partido era un tango de favela, lamentándose como un huerfanito por su abandono.
Aroma de parrilla...
River proponía, Flamengo dudaba. River se enseñoreaba, Flamengo —maniatado— era un ternero rojinegro con destino al matadero. Su dirigencia había invertido millones para traer a sus cracks. Los cuatro de atrás, tan desubicados andaban que no se percataban que estaban jugando una final. Es que los defensores de un equipo deben leerse el pensamiento, soñar lo mismo, amanecerse (timbeando,  burdeleando o estudiando) para saber cuándo saltar la línea del offside, quién sale a marcar y quien le hace la cortina de nailon. 
Y justamente ese poco tiempo de conocerse les juega una mala pasada, mejor dicho una mala patada, la cual va a los pies de un platense que no pierde tiempo y  la juega en callejón oscuro a su puntero que la saca hacia atrás para hacerla pasar entre tres cariocas que no se hablan, no se miran, ni se reconocen mientras la chancha pasa por sus narices con dirección a los botines de Borré que los vuelve borregos y manda el bombazo que infla la canasta como paracaídas dejando a Caio duro como un callo y a Filipe Luis bailando chotís,  Gol argentino y sus barristas cantan y saltan mientras se calientan las parrillas.  Al salir semiasfixiado de la pirámide blanquirroja, Borré se levanta y da un saludo de soldado a su general Gallardo. El aroma del vino de Mendoza y  la carne entibiándose se filtra en las pituitarias. Gallardo no está contento, quiere más:
—¡Pero che, apurensé y metan otro gol que sha tenemo hambre, tenemo!
¿Qué les toca  ahora? Aguantar, obstruir, morder. Mientras que los cariocas, sorprendidos, medrosos, pusilánimes, no despegan esperando que la Divina Providencia les señale un huequito por dónde meterse, como si más importante fuera remojar los frejoles en perol de barro. Obvio, al final del partido los feijoes (porotos en Argentina) estarían todavía crudos.
Una especie en extinción...
Para el retorno, los argentinos aguantan, muerden arañan, contragolpean. Los cariocas  intentan por el centro, nada. Por la derecha, ídem. Por la zurda, una que otra, pero Pitágoras ha dicho hace dos mil años que nada por nada es igual a nada al cuadrado. La parrilla ya está caliente y la carne empieza a soltar grasita que chirría tan fuerte como los cantos de su barra. El Muñeco, hecho un Chucky,  pide más gritos y su hinchada le obedece. 
No obstante, al fondo del túnel se le enciende una velita al DT luso Jorge Jesus. Se juega su última carta de este póker abierto metiendo a un Diego que pretende, como su tocayo Maradona, hacer travesuras. Y Diego el orfebre,  Diego el artesano, Diego el ilusionista, empieza a sacar conejos de la manga y pañuelos de la media.  Ya exhaustos, pero llenos de confianza y soberbia porteña, los platenses habían tenido su mano firme en el timón de un equipo que se creía inhundible como el Titanic. Y, al igual que el infortunado transatlántico, River empieza a hacer agua por las bandas, donde una especie en extinción llamada Bruno Henrique se mete cimbreante entre varios argentinos, los deja plantados como troncos, y suelta un pase en callejón (especialidad de los brasileños) a su compañero que sin dudarlo la pone en el rectangulito del arquero que en este momento es tierra de nadie. 
Y allí un aparece un Gabinho resucitado como Cristo al tercer día que la empuja y gol. Suenan las batucadas, los torcedores bailan sambas y se contorsionan los zambos. El olorcillo a frejol con chorizo y costillas de cerdo nos dice que hay que hay que ir abriendo el apetito con caipirisco (un mix de caipirinha con pisco).
La resurrección, segunda parte...
Empate sorpresivo. Así es el soccer, los millonarios se habían tomado la siesta (y no por pereza sino por tanto trajín), ignorando el dicho  “en el filo de la parrilla se quema el bife” y  soslayando el lema de  James Bond “vive y deja morir”. Dos minutos después, un pelotazo adelantado va a la candela. El pelado Pinola que toda la tarde había secado a Gabigol hasta la inanición, lo descuida creyendo que el carioca agonizaba por deshidratación. Ese fue su error. Gabi  puede estar amordazado y encadenado contra una silla y aún es capaz de meterla, y no le pregunten por qué porque ni él mismo se lo explica. El ariete carioca, una máquina de hacer goles,  deja a Pinola como perinola y mete un patadón salvaje que rompe las redes.  Y hasta ahora el pelado se recrimina.
—¡Che Dios, por qué lo resucitaste, si sha estaba morto, estaba!
Ya la feijoada está lista. Derrotados y desganados, los platenses abandonan el asado con tira y los botellones de vino. Los cariocas se comen ambas viandas, se beben todo el vino y las caipirinhas y se chupan los dedos cantando adeus. Buenas noches.

lunes, 3 de septiembre de 2018

HIGUITA: EL LOCO DE LOS TRES PALOS (Parte 1)


Por Manuel Araníbar Luna
La Rana René, el Loco Rebelde y el Escorpión
Nadie pensaría que estos tres caracteres tienen muchos puntos en común en un arquero: la inocente ternura de la rana René, el repentismo y el libre albedrío de un loco y el venenoso taco del escorpión; los tres caracteres se encierran y apretujan en el perfil de un solo personaje llamado René Higuita.
Para los locos no hay reglas..
Este loquito de cabello alborotado era un loco impredecible que persistía en desafiar las costumbres y romper los reglamentos, llamados "sentido común" o "Tablas de la Ley". Hiperactivo y rebelde, iconoclasta y bonachón, René se resistía a seguir los cánones establecidos por los serios ingleses en el balompié: arcos de tal tamaño, camisetas y medias del mismo color, cancha de tanto por tanto, ciega obediencia al del silbato, reglas del offside y la cresta del gallo, etc... y para qué seguir.
"No", decía la Rana René, "me quieren malograr el postre. Allí en Medellín soy más feliz jugando sin zapatos ni camisas, con dos piedras como arcos, y cambiando al puesto que yo quiera cuando me dé la gana". Y haciéndole una obscena higa al DT y los árbitros, el Loquito de los tres palos entraba a la cancha a jugar con su propio reglamento que contenía un solo decreto: "Para los locos no hay reglas".
Que viva la libertad de los locos...
El Loco hacía lo que quería y hacía feliz a la gente. Ese era su mejor pago. Pero los dueños del negocio no quieren show. Mejor dicho, establecen un show que obedezca sus propias reglas, lo cual significaba atar con camisa de fuerza y un par de grilletes a René, un arquero que no acepta límites porque aprendió a leer en un colegio sin puertas, y la única regla que reconoció es la regla para hacer líneas rectas en sus cuadernos de escuela.
"¡Viva la libertad!", dijo René. Pero esto les pateaba el hígado a los conformistas, a los beatos, a los nerds, llamados en Colombia pilos, nerdos, ñoños o laminos, quienes lo llamaban irresponsable. Claro, sí, loco irresponsable pero loco bueno, y amigo de los amigos. Muchos de los conformistas 'responsables' venden a un amigo en nombre de las tablas de la ley de los cuerdos. Y aunque pasó un tiempo entre rejas, no lo pudieron domesticar. Los pájaros nacen libres. Las jaulas son su tumba. A su felicidad le llaman locura.
Y bienaventurados los locos como Higuita porque ellos serán la envidia de los cuerdos (CONTINUARÁ)

domingo, 13 de noviembre de 2016

Show de un mago, no de dos (o ¡devuélvanme el 50%!)

Por Manuel Araníbar Luna
Aún hay quienes confunden el cielo con la tierra, a demonios con ángeles, a soldados con obreros. No distinguen entre cavar una fosa y  construir un balcón, escribir música  o llenar cheques, pintar un mural o resanar una pared, esculpir una lápida o esconderse detrás de ella. Y finalmente, no saben diferenciar entre hacer la  guerra y jugar futbol. Entre estos podemos identificar algunos técnicos.
Nos llevamos un chasco quienes crecimos amando el futbol atildado (que somos ya una especie en extinción), admirando la linda pared pintada con obras de Rivera y Siqueiros, deleitándonos con las espectaculares jugadas de Pelé, Ronaldinho, Maradona y Messi. Cándidos e  ilusionados, esperábamos ver un mano a mano entre artistas, una controversia tal como acostumbran a enfrentar los decimistas cubanos  y los payadores repentistas,  esos genios que a una frase responden con un ingenioso verso, tal como los magos sacan un conejo del sombrero de tarro.
San Martín y Remedios la bella…  
Pero la ilusión se difuminó, y hoy queremos que nos devuelvan la mitad del importe de los  boletos porque esperábamos ver a dos magos pero sólo pudimos ver el show de sólo uno, un inventor llamado Neymar que sacó conejos de la manga y pañuelos auriverdes del botín, que infló las redes con palomas blancas y supo leer lo que decía la bola  de cristal, que destrozó cinturas y alborotó celadores, que construyó lo imposible e inventó lo inimaginable, que bailó samba levitando como un pas de deux de San Martín de Porras y Remedios la Bella. Y es que la mitad del show correspondiente a Argentina la canceló el Patón (o quizás los jugadores albicelestes).
Un inofensivo pionono…
Conocemos como juega el Patón. Siempre con total independencia, a su libre albedrío, sin que nadie le lea la mano ni le dicte el silabario porque el Edgardo conoce el terreno que pisa. Pero en la selección gaucha, ¡mamma mía!, Patón vive maniatado y obligado a cargar, como una cruz, la pesada roca de lograr que todos jueguen para Messi sabiendo que este no es un Mesías que viene a salvarlos del purgatorio. Y  Messi está cargando con otra cruz, tener que demostrarle a la afición argentina que es el mejor jugador del mundo en la selección. Y, a su vez,  la afición argentina carga la más inmensa cruz de no poder demostrarle al mundo que el mejor mago del mundo nació en Rosario y es el genio de la lámpara albiceleste con la camiseta 10. Lo que parece que no se dan cuenta los argentinos es que, si bien Messi es el mejor jugador del mundo en un equipo profesional, no lo es en la selección. En el Barza es un irreverente e imprevisible alfil que deja a los adversarios tiesos como palitroques pero con la albiceleste es un peón más al que después de algunas actuaciones lo consideran más que peón, un pionono. Un blandengue e inofensivo pionono.
Ni gil ni marioneta…
Porque a nivel de selección muchos esperan que, porque en Europa es el rey, hay que dejarle el camino listo para que convierta goles  caminando de puntitas sobre una alfombra verde ante las reverencias de los defensores contrarios hincados de rodillas. Sueños de opio porque en una selección se juega con habilidad pero también con el corazón en la mano, el cuchillo entre los dientes y la sagrada divisa empapada de sudor, lo cual, por efecto dominó, es la pesada lacra de los argentinos. Y eso es lo que aún no comprende Bauza. O no se lo quieren decir. Para nosotros sí lo sabe y es que prefiere cobrar su sueldo puntualmente. Porque gil no es, y marioneta menos. ¿O sí?
Rambo 10...
Hoy el amante del arte, el diletante, sigue confiando en que esto sólo fue una falsa actuación, que el mago del sur estuvo indispuesto, que en la pantalla volverá a salir el letrerito “inténtelo de nuevo”, o “no toque su televisor, es sólo una falla de transmisión”; que al showman que debió entrar a la cancha con el 10  a la espalda lo han cambiado con un doble de Hollywood. Y, como sabemos, los gringos -acostumbrados al brusco  football americano  y al beisbol- confunden el fútbol con Rambo 10, donde el protagonista acaba con todos sin ayuda de nadie.
Lo cierto es que hasta ahora en la platea el sufrido espectador, limonada y papitas fritas en mano, se sigue preguntando, como los personajes de Chespirito, “¿Y ahora quién me devolverá el 50% de mi boleto?”




domingo, 26 de junio de 2016

EL CINE LIBERTAD EN MIS RECUERDOS…

Por Sócrates Araníbar Luna

Vale aclararlo de una vez por todas, el cine Libertad no estaba ubicado en Lince. El real límite entre Lima y Lince eran las calles Domingo Cueto y Manuel Segura. El viejo local se hallaba dos cuadras más al norte, en el vértice donde confluían las calles Teodoro Cárdenas y Manuel Castañeda. Allí en esa esquinita se levantaba el recordado cine con sus ventanas de medio punto y sus portales en forma de nicho. Era propiedad de la familia Benavides. Pilo, hijo del dueño (nunca supimos su real nombre, supongo que Filomeno o Felipe), era el administrador.
Tanto quienes se dirigían de Lima a Chorrillos pegados a la derecha del tranvía como quienes regresaban de Chorrillos a Lima desde la izquierda podían ver la  fachada de puerta principal con tres portadas y sus respectivas rejas y la inmensa pared pintada de celeste desteñido que daba a la entrada de la cazuela. Mirando de costado a la línea del tranvía,  paso obligado de los linceños a la Victoria como al Estadio Nacional, el viejo Cine Libertad colmaba las expectativas de los cinemeros de barrio que no habiendo alcanzado las viejas películas en las salas de estreno  se encontraban con la oportunidad de volverlas a ver.
Taqueros y cinemeros…
Algunos fanáticos del cine lo eran también del billar, justamente a una cuadra del cine se encontraba el Billar El Sol, donde los billaristas y cinemeros juntaban tacos y tizas para jugarse una mesita antes o después de la función. Pilo -taquero también, y de los buenos-, al escuchar un desafío  se daba sus escapadas para jugarse una mesita con los tiburones del taco a quienes les hacía dura pelea. Tan buena gente era que a todos los taqueros del billar los hacía entrar gratis. Y a mí, por su amistad con mis hermanos mayores, también taqueros, me hacía entrar también. Apenas lo veía el hall del cine yo le decía “hola Pilo”, y él me respondía “pasa”. Pero no le gustaba tanta conchudez, cuando me veía con amigos del barrio me ignoraba y se metía a la oficina.
Ludmir y Ribeyro en la cazuela…
En el círculo, el lugar donde estuvo el cine Libertad
Cierta vez en su programa “Pepe Ludmir y sus charlas de cine”, el excelente periodista, exalumno del antiguo colegio de Lince ‘Gimnasio Peruano’, se refirió al Libertad recordando haber vuelto a ver, jubiloso después de tantos años, ‘Cantando bajo la lluvia con Gene Kelly. “La volví a ver en funciones de matineé, vermut y noche”, sonreía Pepe, “después de casi veinte años, y no podía perder la oportunidad”.   
Algo parecido escribió Julio Ramón Ribeyro antiguo vecino de Santa Beatriz. “No teníamos pierde”, declaraba el autor de Las botellas y los hombres, “inclusive sin leer la cartelera, ya sabíamos que en el ‘Libertad’ nos íbamos a reencontrar con antiguas películas de Hollywood”.
Los mocosos linceños de entonces vendíamos todo lo que podíamos -, botellas, periódicos, revistas- para poder ver una película en matinée, ya sea de coboyadas con Randolph Scott como películas francesas de cine negro con Juan Gabin y Alain Delon, sin descartar las mejicanas de Joaquin Pardavé y las argentinas de Sandrini.
Antes de entrar solíamos hojear sin comprarlas las antiguas revistas Peneca, Rico Tipo, el Pinguino y El Gráfico que vendía el famoso Vite. Los mayores ya no leían los chistes de editorial Novaro sino las novelitas detectivescas de Clark Carrados y Michael Kane o del oeste de Marcial Lafuente Estefanía.  Los lunes femeninos las damas intercambiaban las novelitas rosa de Corín Tellado. Pero eso era lo secundario. Los cinemeros linceños  luego de leer la cartelera de La Crónica o Ultima Hora y no nos gustaban las películas del Alianza, Independencia, Ollanta o Western nos íbamos al Libertad.

Gratis por la puerta de emergencia…
Quienes no teníamos dinero usábamos un truquito para zamparnos, pero esto sólo se podía hacer en funciones de vermut (también es válido decir vermú o vermouth) y noche. Sólo uno de nosotros pagaba su entrada. Este, luego de empezar la película, accionaba la palanca de la puerta de emergencia –la cual abría hacia Paseo de la República- y con esto los demás que fingían estar esperando a alguien ingresaban uno a uno sin movimientos aspaventosos ni abrir mucho la puerta ante la mirada cómplice de los vendedores carretilleros de maní confitado y canchita salada. Pero la emocionante práctica, aunque ilícita, se estropeó cierta vermut  dominguera en que exhibían la serial “Los Tigres del ring”. Tantos muchachos misios quedaron afuera que, por la desesperación de no perderse un minuto más de la película, los zampones linceños y victorianos invadieron el cine en tropel ante las puertas abiertas de par en par. Total, dicha puerta de emergencia fue clausurada con candado ante la severa vigilancia del terrible tío Quispe, antiguo recibidor de boletos y terror de los zampones.
Una leyenda urbana…
La platea tenía butacas ergonómicas  mientras en la cazuela, como en todo cine viejo que se respete, se alineaban apolilladas y larguísimas bancas pintadas de color caoba que más parecían de iglesia Metodista. A todo esto, el destacado decimista Nicomedes Santa Cruz, al comentarle este detalle nos contó cierta tarde al terminar la película “El Pirata Hidalgo” que las bancas de la cazuela  del Libertad sí habían pertenecido a la Iglesia, pero a la católica. “Luego del terremoto del cuarenta”, añadió  Nicomedes,  “la iglesia de San Pedro fue remodelada en su totalidad y sus bancas se las vendieron a los Benavides”
No sabemos cómo obtuvo Nicomedes tal información que más nos parece una leyenda urbana. Y es que don Gastón,  el viejo portero y  mil oficios del Cinelandia, ubicado al lado del viejo Puente de Viterbo -llamado el Puente de Palo, donde hoy se ubica la feria de libreros de Amazonas- nos dijo  algo parecido, que las bancas del vetusto cine se las habían vendido los curas del convento de San Francisco. Ahora bien, es rigurosamente cierto que los curas no te dan nada gratis, pero de ahí a creer que todos los conventos e iglesias vendían sus bancas a los cines sería seguir alimentando otra leyenda urbana de esas que circulan en toda ciudad vieja.
La Dama de Negro…
A propósito de tales leyendas urbanas, recuerdo una que circulaba entre los asistentes al Libertad. Aseguraban los viejos cinemeros que en la platea se paseaba un alma en pena, una dama de negro, cuarentona y de cabello larguísimo que se aparecía a los cienemeros de la platea cuando el cine estaba semivacío. Se les acercaba sigilosamente a los varones que estaban solitarios y con voz ronquita les pedía “por favor un fosforito para mi cigarro que se me ha quedado olvidado en mi butaca”. Entonces les decía “lo espero allá” y se retiraba a las butacas del fondo. Cuando el espectador, tentado y con la cabeza recalentada por una posible aventura de choque y fuga en plena oscuridad se encaminaba al fondo no hallaba a nadie. Sólo un cigarrillo sobre la butaca. Esta leyenda circulaba en los años cincuenta y a quien la escuché primero fue a don José ‘Gallareta’ Luna, mi tío, en una de esas tertulias de viejos cinemeros que se juntaban después de las funciones del Libertad en el cafetín de Take en la Plaza Méjico. En aquella misma reunión, otro señor enchalinado y con el cigarro encendido entre los labios añadió que cuando la dama se retiraba les palmoteaba la cara con una mano fría y huesuda. El más viejo de todos, don David Zevallos, le puso el jugo a la leyenda añadiendo que dicha dama, vecina de la avenida Manco Cápac, había sido asesinada a cuchilladas en la última butaca del cine por su esposo al encontrarla con el amante en una ardiente sesión amorosa. “Lo cierto”, finalizó don David, “es que jamás volví a subir a esa platea, a menos que lo hiciera acompañado de dos o tres personas. Desde ese momento, sobrino, la cazuela fue mi lugar, allí no me perdía ninguna película argentina o mejicana”.
Brigitte, Marilyn, Sarita…
En nuestras épocas escolares, cuando  nos tirábamos la pera, fingiendo chequear  las carteleras de toda la semana, solíamos arrancar las fotos de las artistas más famosas aprovechando el distraimiento de Pilo y su novia. Ya en el colegio las intercambiábamos por otras o por cigarrillos. Y hasta hace unos veinticinco años aún mantenía guardadas algunas en casa, empaquetadas bien al fondo de la cómoda. Y cada vez que abría el cajón contemplaba embobado las imágenes de Miroslava en Escuela de Vagabundos, Rita Hayworth recibiendo la famosa bofetada de Glenn Ford en Gilda, Marilyn Monroe derrochando sensualidad en Una Eva y dos Adanes, Sarita Montiel en Vera Cruz,  y mi preferida, Brigitte Bardot en escenas de Y Dios creó a la mujer que durante varios años siguió perturbando mis noches de insomnio.
Coda.

Pasaron los años, y durante los sesenta, con construcción del zanjón, se fueron  los tranvías, las vías férreas, las acequias a cuya vera crecían los altos álamos, y con ellos se llevaron a mi viejo cine Libertad. Pero no pudieron quitarnos nuestros recuerdos de películas que ni se pueden ver ni siquiera en internet, de encuentros pecaminosos,  de placeres escondidos, de risotadas  y chonguerías entre patoteros, en fin, de ese local donde al  apagarse las luces se encendían ardores y se experimentaban nuevas sensaciones. Luego  supe que el cine Libertad se había trasladado a Comas. Aún se podía leer su programación en la cartelera, pero para mí ya no era “mi cine Libertad”. Sabía que a ese cine del mismo nombre al otro lado de Lima ya no asistirían Pepe Ludmir, Julio Ramón Ribeyro ni el Kiri Escobar. Tampoco el pianista del Embassy, ni el chino que vendía sus famosas habas conocidas como ‘chicle serrano’, mucho menos el revistero ‘Loco Vité’ , conocido como Patoruzú, ni la ñorsa que se dejaba paletear por los lujuriosos adolescentes que nos peleábamos el sitio de atrás de donde se ubicaba ella. Y la fantasmagórica  dama de negro se desvaneció para siempre de la antigua platea de mi querido cine. 

jueves, 25 de junio de 2015

LA FIFA Y LA CONMEBOL: DE EQUILIBRISTAS Y CHANFAINAS

Por Ode Mardán.

Los espectadores que acuden al circo quedan pasmados al observar la destreza de los equilibristas para  mantenerse  arriba de la cuerda. Muchos piensan que tarde o temprano, algún día la caída será un hecho aduciendo que nadie puede mantenerse así eternamente. 
En paralelo, algunos inescrupulosos vendedores callejeros de comida, por ejemplo chanfainita, mantienen calientes las inmensas ollas de esta comida criolla durante todo el santo día. Pero al final de la jornada no se deshacen de las sobras, simplemente botan las papas, lavan el bofe y lo sazonan para meterlo nuevamente a la olla; al día siguiente otra vez la venden como comida fresca.
Una chanfainita recalentada...
Pero quienes conocemos esas abominables prácticas, sabemos que algún momento, ¡zas!,   se va a malograr todo junto, lo nuevo con lo de ayer.
Desde hace muchos años la FIFA y a la Conmebol se están balanceando en el aire como equilibristas borrachos a punto de caer, mientras en el interior de estos entes las cosas se mantienen  como la chanfainita recalentada. Es cosa de tiempo que los equilibristas caigan. Asimismo, de la dichosa olla de chanfainita ya están emanando vapores con olor a podrido.

Sus árbitros son el bofe.

martes, 16 de junio de 2015

LAS FRASES DE NUESTROS PADRES

Por Manuel Araníbar Luna
Con el paso de los años, los padres nos convertimos en filósofos de la vida, narradores de anécdotas propias y ajenas, y cada día nos ponemos más renegones y más metiches. 
Renegamos por todo, nos metemos en todo, criticamos todo, discutimos de todo, Y para colmo, nos creemos dueños de la verdad. Somos los sabelotodo de fútbol, de política, de comidas, de cine, de TV… ¡y hasta de vóley sin conocer bien las reglas!.
Creemos que los hijos e hijas siguen siendo criaturas y los tratamos como tales. Nos convertimos  en consejeros sin que nadie nos lo pida. Y en casa soltamos  frases y consejos que aburren a nuestros hijos como si les hablara el Hermano Pablo o el cura de la parroquia.
Pero créanme, con los años nuestros hijos educarán  a nuestros nietos con las mismas frases que escuchamos desde niños y que hoy  estamos mencionando como un homenaje a nuestros viejos. Presten atención y digan si nunca han escuchado estas frases  de los maestros del hogar:
Frases de mi viejo
1.
Siempre quise ser como él,
Compartir su ejemplo a diario,
y en cuanto a su anecdotario
fue un maestro de nivel.
Ya grandes, vimos que él
No fue perfecto tampoco:
partió jarros, quemó focos,
artefactos rompió muchos;
dejó regados sus puchos,
lanzó carajos (no pocos).

2.
Mi padre me repetía
ejemplos, normas, consejos.
Su cantaleta de viejos
De muchacho me aburría.
La historia es otra hoy en día
Escuchen con atención:
“Por siaca lleva un condón
si tu flaca es tentadora”.
“Estos muchachos de ahora
Creen que uno es un… buen mozo”

3.
“Apaga el televisor”,
“Baja el volumen del radio”
“Ya vengo, voy al estadio”,
”¿yo borracho?, ¡no, mi amor!”,
“pide siempre por favor”
“¿De nuevo quieres propina?”
“¿Viene a chismear la vecina?”
“¿Mi suegra vino a joder?”
“La casa es pa’ la mujer,
“Los hombres son de la esquina”.

4.
“Tu oreja parece un nido”,
“Levántate que ya es tarde”,
“un hombre nunca hace alarde
De mujeres que ha tenido”.
Siempre he sido un buen marido,
hogareño y responsable”,
“No tengo plata pal’ cable”.
“nunca engañé a tu mamá”,
“que me parta un rayo ya
Si miento o si  soy culpable…”

5.
“¿Vas al cine? di con quién”;
“¿Tu amigo estudia o trabaja?”
“Ponte una falda más baja”,
“Eso no es blusa, es sostén”.
“Se paga el mal con un bien”.
“Hay que perdonar a veces”
“¿Tú crees que a mí me meces?”
“El trabajo da salud”;
“Yo soy más viejo que tú,
lo demás son cojudeces"
6.
“Tú todo lo ves propina”.
“Fíjate con quién te metes”
“Los hombres no usan aretes”,
“Qué rica está la vecina”
“¿Eso es música o bocina?”.
“Dime adónde te metiste”
“El futbol de hoy no existe”
“¿Así se visten ahora?”
“Sólo las mujeres lloran”.
“Es una orden, ¿oiste?”

7.
“Hija, comprende a tu hermano,
consíguele alguna  flaca
pa’ que no se haga la vaca
y dé reposo a su mano”.
“Siempre acuéstense temprano
y aprovechen la mañana”.
“Hijo, vigila a tu hermana,
márcalo al gil con recelo,
no quiero que me haga abuelo
de la noche a la mañana”.

8.

A tu edad ya trabajaba,
jamás yo pedí propina,
a lo mucho era una china
cuando al abuelo ayudaba”.
“Siempre me la rebuscaba
pa’ comprar mi pan con pollo”.
“Nunca me gustó el embrollo,
no iba a polladas ni al cine...”
—ya, viejo, ya no alucines,
Ya me contaste ese rollo.



sábado, 30 de mayo de 2015

PELOTA DE TRAPO

“Vos fuiste mi amor primero
aunque hayas sido de trapo...”
-José Cantero Verni-
Por esas casualidades que se dan de vez en cuando, a las que hoy se les llaman serendipia, llegó a mis manos un afiche de la película argentina Pelota de Trapo con Armando Bo. Subí el afiche a las redes y unos jóvenes lectores me preguntaron que cómo era eso posible. Ya los imaginamos frunciendo las cejas cuando les contemos que en nuestra niñez jugábamos con una pelota de trapo en las calles de Lince cuando no en los potreros de Santa Catalina. 
Culo de gallina...
nudo culo de gallina al estilo africano
Mis hijos se reían cuando les explicaba que para que la humilde pelotita diera bote se le ponía al centro una pelota de jacks  y que al amarre final se le llamaba culo de gallina. Para que lo pudieran entender no tuve más remedio que elaborar una pelota con unas medias viejas de fútbol. 
Aún así, no comprendían el hecho de que en los barrios pobres las zapatillas eran un sueño lejano; que nuestros padres nos regañaban cuando nos sorprendían peloteando con los zapatos de la escuela; que nos escapábamos para jugar descalzos; que los botines de fútbol sólo eran para los futbolistas profesionales; que nadie tenía plata para una pelota de fútbol Número 5 de cuero; que cuando la pelota caía en un charco su peso aumentaba al triple y manchaba las paredes del barrio. Y que aprendíamos de los mayores todo ese mágico ritual de fabricar una para jugar en potreros con vallas hechas con piedras o palos.
Hoy el hermano poeta argentino José Cantero Verni nos lo cuenta en sus tiernos versos nostálgicos.
PELOTA DE TRAPO
La canchita era de tierra
y la pelota de trapo,
con dos medias bien cosidas,
por Valdir el Uruguayo.
La de cuero era muy cara
no alcanzaban los centavos,
pero eso no impedía
ser feliz en un picado.
No había tarde que no fuera
a jugar con los muchachos,
correteando esa pelota
entre medio de los charcos.
La pelota era el recreo
que nos daba el entusiasmo,
que brillaba en nuestras vidas
como estrella en el espacio.
Querida y vieja pelota
si te habremos dado palos,
yo te llevo bien adentro
aunque no hayas rebotado.
Si parecía que latía
todo su cuerpo sin gajos,
con un corazón gigante
por el potrero bailando.
Los chicos de la otra cuadra
un día nos desafiaron,
para jugar un domingo
a la mañana temprano.
Eran siete contra siete
por el tamaño del campo,
con cuatro piedras bien grandes
para marcar los dos arcos.
El siete de nuestro equipo
tenía en el arco a Gagliardo,
Cervantes, Pando y Ludueña
en la defensa parados.
El Santiagueño Brizuela 
que lo apodaban «El Ancho», 
que junto al Negro Mendieta
formaban el mediocampo.
Y arriba solito y solo
con esa chapa de guapo,
el gran Oriental Valdir
que nunca aflojaba un tranco.
Ese partido quedé
como suplente en el banco, 
mirando cómo jugaban
aquellos siete muchachos.
No se jugaba por tiempo
ese domingo temprano,
el triunfo sería del cuadro
con ocho goles marcados.
No había ningún referí
para soplar el silbato,
ni líneas que lo ayudaran
con banderín en la mano.
Iba y venía la pelota
sin rebotar en el campo,
con catorce carasucias
correteando sin descanso.
La pelota era la reina,
señora del escenario,
aquella simple pelota
que sólo era de trapo.
Se jugó aquel partido
con gran fervor y entusiasmo,
por esa alegría del fútbol
que no importó el resultado.
Aquella pelota nuestra
que a pesar de tantos años, 
en la cancha del recuerdo
de punta le sigo dando.
Querida y vieja pelota,
pelota de nuestro barrio,
vos fuiste mi amor primero
aunque hayas sido de trapo.
José Cantero Verni