Escribe Careloco
Mi querido comentarista deportivo, tú que sueles hacer leña de los jóvenes periodistas de tu entorno , a quienes les pegas -con moco cabeceado miti miti con la que mató a Michael Jackson- el sambenito de “no tener Cayetano”, quisiera, como zanahoria que soy, que me expliques lo que es tener calle.
En primer lugar, ¿afunas la replana? ¿Jeringa universitaria o jeringa pituca de allá en tus pagos? En todo caso el solo hecho de hablar replana no te da el título de tener calle: hoy por hoy se aprende la jeringa, aunque de clase media, en Internet.
A ver, ¿cómo te saludas con tus patas: “Hola cuñao”? “¡O sea, qué palta, oón!” O con el proleta “! Qué fue camará!?” ¿O escandalosamente achorao (qué miedo), cuando se te da por decirle ‘causita’ a tu vecino de ventana?
¿Has metido mitra en la combi? ¿Te has zampado al estadio alguna vez? No lo creo: tu mamita te compraba tu entrada para occidente con su respectiva almohadilla, (“para no ensuciarte la ropa, pues hijo mío”). ¿Le has metido trinche al siete colores de la calle Chalaco, allá Abajo el puente?, ¿o has probado siquiera la chanfainita en panca de Paruro? ¿Conoces el sanguito?¿Has comido el pan con tiburón de a china con ají molido y el mambito con adivinanza? ¿Has olido siquiera la mitra de llopo broaster o el arroz a la fifirifi? ¿Siquiera has visto en foto el pastelillo con su azuquítar esparcida en papel de despacho? (pregúntale a tu cocinera).
¿Te has enterado ya por el chofer de tu fámily que con el billete de la chanchita -y de la entrada- uno se jugaba la grande y la chica a la entrada del cine? ¿Has bambeado la entrada a esos cines antiguos, hoy templos protestantes, donde en la primera fila sin butaca se jugaba para el Juventud La Palma mientras la Tongolele bailaba mambo? ¿Sabes lo que es la segundilla? ¿Conoces el níspero de palo en dulce? (no, no es lisura de los bajos fondos).
Si le llamas ‘calle’ a los partidos de tenis que jugabas en el Regatas (lo cual no es malo), mientras los estudiantes de colegio fiscal jugaban pichanguitas ‘callejón oscuro’ detrás del cine La Perla;
Si le llamas ‘calle’ a las brazadas que dabas en la piscina temperada del Regatas (lo cual tampoco es malo) mientras los chibolos de tu misma edad sacaban machas de entre las piedras de la playa Cantolao para llevar algo qué comer a la jato;
Si le llamas calle a tus lecciones de boxeo y karate en el gimnasio de Mauro Mina (lo cual no llega a ser malo) mientras los palomillas del Rímac se mechaban a chalaca, mitrazo y pesada, por una apuesta no pagada; …entonces no tienes calle. Lo que tienes es una autopista que va directo…al balneario de Asia. ¡Ta’ que esa calle tiene asfalto hasta para regalar por navidad a los chibolos de La Rica Vicky para que se hagan pistolitas de juguete, gordito!
Ahora, por lo que sé, estudiaste en colegio altamente pituco (lo cual no es malo) donde la miss y el director cabro te inculcaban que después de achicar la bomba hay que persignarse y -según cuenta Fleischman (a) ‘Raspadilla sin Jarabe’-, los domingos asistías con tu ternito y pañuelito blanco sobresaliendo del bolsillo para ver los partidos de fulbito en la Hebraica. Pero qué buena y qué segura es la calle cuando a uno lo lleva su nana Petronila a la cancha con orden de vigilarlo a la pendejécima (!para que no se vaya a juntar con esos perdidos marihuaneros, Petronila!).
Ya sé cuál es tu calle, sobrino. Los sábados te juntabas con tus patas en la veredita del parque a tomarte los restos de whisky que sobraron del ultimo sarao y a prenderte con la moño rojo en pipa de papel de biblia sustraída de la tía solterona de la casa (ji ji ji, qué palomilla, ¿no?). Después te vanagloriabas de haberle metido javeri a la Petronila después de hacerla bañar, pero eso sí, hombre precavido vale por dos, con su respectivo jebe psicodélico comprado por lo bajo en Larco. !Ta’ que eres recontra callejero!
Pero qué gran calle esa de malograrte con tus patas en la piscina del Regatas y meterte un tiroloco MacGrow (alas de mariposa) en el ñoba del gimnasio donde te pusieron a practicar boxeo para que los choros de Chicago no te asalten ni te quiten las Adidas con pasadores dorados. Esa- si se le puede llamar calle- por lo menos es la calle de las pizzas donde los que te almuerzan vendiéndote la pateada y arrancando con el tovuel son los paseros de clase media venida a menos.
Luego, en la universidad, metías cabeza al quiosquero amparado por tu tamañazo y, sobre todo, por tu tío padrino el rector que le podía quitar la concesión. Más tarde, tu viaje de promo fue al extranjero con todos los gastos pagados por gente que sí puede (tampoco es malo). Eso sí, tú -siempre vivo y con harta calle- te choreaste los audífonos del avión y un par de botellitas de whisky sin que se gane la azafata, a quien de pasadita le miraste el forro cuando se agachó a recoger la bandeja (¡pero qué jodempe!).
Bueno, causa, si esa es tu calle, la verdad que te envidio, porque por acá vivimos en llonja y la vereda en estos derrotes está más dura que el culo de robocop y, además, está rota hace cuarenta años, como la dejaste a la pobre Petronila.
Ahora bien, tener calle no es que hayas ido a una peña criolla de Barranco porque tus amigos te llevaron para pasar un vacilón y al día siguiente con todos los humos no te acordaste adónde te llevaron. Tener calle no es ser llevado, de la misma forma que el anterior ejemplo, a un callejón ancho- que ahora le llaman quinta- donde disparaste como loco para quedar como buena gente.
La calle, gordito, se gana con hambre, se gana haciendo dupletas para comprar las camisetas del club; se defiende a patadas y mitrazos como se defiende la sagrada cuadra, ese pequeño país en miniatura donde los sentimientos son puros, no la que compras por las noches a los paseros. La calle, gordito, no se visita los fines de semana para computar: se vive, nace del Bobby Cruz, nace del zóncora, nace en el malcriado rincón delantero del calzoncillo. Y por supuesto que uno puede ganársela -inclusive siendo un visitante de la pitucada- cuando se la visita humildemente. Pero si te vanaglorias de tenerla, es que te han vendido la pateada, gordo, porque eso que mencionas no es calle: es moda pituca para darte ínfulas.
Lo que no nace no crece, mi querido gordito. Si no, recuerda lo que le pasó al candidato de tu partido, el laureado escritor Mario Gárgaras Yo S. A., a quien sus asesores de imagen le recomendaron que haga lo mismo que te mencioné líneas arriba: Le invitaron el sudao de muy muy en el Llauca y se barajó con asco diciendo que acababa de almorzar. Se atrevió a comer chanfainita y le dio diarrea y entonces - faltándole el respeto a Vallejo- todos los chalecos de su entorno le rodearon, les vio el candidato triste, intoxicado, como no había papel higiénico sino periódico, incorporose lentamente, abrazó al primer chaleco, y echose a andar directo a Miraflores sin voltear la mitra y caminando pitito por razones obvias. Le salió pelona. Y a tí mismo te puede salir ‘pato’ y ‘asesino’ (por siaca esos son los carretes –llamémoslos dados para que lo entiendas- jeropas de la pelona cuando uno juega Callao cinco rayas) si te vanaglorias de saber apostar en la timba de la Bidú Cola (eso sí que es malo).
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