Por Manuel Araníbar Luna.
A fines de los sesentas y comienzos
la de los setentas fue una época de
pérdidas y hallazgos. Los adolescentes habían perdido casi todo, inocencia,
mojigatería, vergüenza y mucha ropa. Pero asimismo habían hallado libertinaje y
diversas drogas. Muy atrás había quedado la moda ye-ye de los cerquillos de los
Beatles, el twist y los cabellos engominados y el peinado go-go de las adolescentes.
Hablamos de la época hippie, y post- hippie, en la cual habían aterrizado de un
viaje con marimba las modas
multicolores, ombligos al aire y saludo con la ‘v’ de la victoria.
Quitando a los huachafos peruanos, esclavos de la
moda norteamericana y su rock subterráneo, quitando la moda chicha de la música
colombiana mezclada con rezagos del huayno, se había formado una mazamorra
llamada chicha, o una chicha tan cargada que parecía mazamorra. Entonces, sin
todo ello, quedaba la moda del Llauca, la moda salsa con sus achorados abarrotando
legendarios bares como el Sabroso, El Combo de Loza, el Tito’s en La Perla y otros más que eran
duros de matar o, en otras palabras, matas del duraje. Era la salsa dura, con mucha
pimienta, mucho ají, mucha dinamita y buena dosis de alucinógenos. Es allí donde
se consolida todo ese movimiento de pantalones acampanados y camisas multicolores.
Del barco al Sabroso...
Sigilosamente,
como la marea que sube sin que te des cuenta, como la neblina que de a poquitos
te humedece hasta los ollucos y te los congela en las noches de julio, así
llegó a los muelles del Callao, con la complicidad de los estibas, entre
productos ilegales, junto al whisky y
los pantalones ‘Lee’ de contrabando, junto a perfumes , licores, la Yohimbina y
los relojes con tremendos cadenones, empezaron a llegar calentitos los LP y los
45 de la chacra a la olla, mejor dicho del barco al Sabroso. Bienaventurados
los estibas porque ellos fueron los grandes artífices de que ese fenómeno
llamado música tropical hecho en NY hoy llamado salsa se metiera de caballazo a
los pecaminosos bares de de la avenida 2
de mayo y aledaños.
Hay que darles el crédito a los estibas. Ellos se
jactaban – además de sus conquistas amorosas- de sus recientes adquisiciones musicales,
las cuales exhibían junto a sus tremendos esclavones de orégano y sus tabas de
taco aperillado – de la originalidad de tener en sus manos los primeros temas
del Gran Combo, de Eddie Palmieri, de Alegre All Stars y de Joe Cuba con un crooner
casi adolescente y libre de drogas llamado Cheo Feliciano. Se escuchaban temas
alucinantemente bárbaros con la B
de Benny Moré que ya no llegaban, por el estúpido y enfermizo bloqueo a Cuba.
Sin embargo le faltaba algo así como un pellizcón
de orégano para completar el saoco, y es que aquella novedosa música tropical se
bailaba al estilo guaracha antigua de la Sonora Matancera. No se conocía la coreografía
neoyoricua (mitad Nuyol, mitad Boricua); y para aprenderla hubo que transcurrir
varios almanaques de Bristol. Los chalacos ebrios escuchaban a un Pellin Rodríguez quien cantaba muy ufano que
tenía un swing sabroso, Palmieri acompañaba a Ismael Quintana en su dolor
porque su Muñeca no lo perdonaba. Cheo le había pedido prestado – para no
devolverlo jamás - el estribillo de su “I’ll never go back to Georgia” a Dizzie
Gillespie y silbaba “el Pito” con Joe Cuba en las congas, llamadas tumbadoras
A. C (antes de Castro).
Pasarían algunos cuantos almanaques para que Willie
y Héctor rompieran moldes, esquemas y rocolas y alborotaran el cotarro, porque
con ellos se cerró el círculo de fuego: ritmo, clave 1-2-3, 1-2, soneo, solos de trombón, de piano, de timbal,
de tumbadoras (rebautizadas por los
gringos, cuando no, como conga drums,) y
la pizca de sabor que faltaba para que los chalacos paladeen: el baile. Y se cerró
el círculo, ladies and gentleman, a bailar, showtime, ¡a bailar que el mundo se
va a cambiar, let’s dance!
Conos sin helado...
Algunos autores afirman que la salsa nació con la
Fania. Nada más falso. La salsa, aún sin ese polémico nombrecillo, desembarcó al
rico Llauca un par de años después de la llegada de Castro al poder en Cubita
la bella. El primer LP de ese tipo, aunque no se le llamaba salsa, lo escuché por
el Gran Combo en los años 63 o 64, pero no sé si por la huelga de tranviarios o
por la terquedad de los chalacos para no compartir sus secretos musicales con
los limeños mazamorreros, la música latina - como se llamaba a la salsa
neoyoricua en esos tiempos - no llegaba a la capital, a Limón. Y demoró en
llegar algunos años más. Es que empezaban a repletarse los conos y no
precisamente de helado, sino de provincianos e inquilinos morosos en unas
invasiones a las que la Prensa
y El Comercio tildaban de bárbaras, con una tilde que caía como hachazo en el
ojo. Y los paisas, por la alegría de saber que jamás volverían a pagar el alquiler
de la jato y por la tristeza de recordar los huaynos de su tierra, daban sus primeros
pasos de cumbias y chichas de los Demonios de Corrocochay, de los antojos del
guitarrista de los anteojos culo de damajuana de un señor llamado Enrique Delgado
Montes y sus Destellos.
-
¡Bailar salsa! – se quejaba un ayacuchano – ¡como si fuese fácil! Esa
música es de negros y en mi tierra no los hay, papay, porque los negros en las
alturas se ahogan y se mueren nomás, papay. Lo calentito nomás les gusta,
papay, además si mi chola me pesca moviendo las caderas, vistiendo esas camisas
con los colores de la bandera de Tahuantisuyo – que jamás tuvo bandera – va a
pensar que le estoy haciendo brujería como los chamanes que soplan aguardiente
y zapatean haciendo sonar una maraca. Peor sería que crea que soy un cholo
maricón, papay. Se me va con otro cholo, papay. Mejor bailo mi cumbia nomás,
papay.
Pantalones acampanados y camisas floreadas...
Como rezago de los hippies, los muchachos vestían pantalones
a la cadera con unas correas tan anchas que parecían de bombero; y sus bastas,
tan acampanadas que con toda comodidadHéctor Lavoe podía caber en una de
ellas y Yola Polastri en la otra, aunque la superflaca todavía bailaba go go
con las Cincodélicas y – como todas las chicas ye ye – despreciaba olímpicamente
la música tropical. La bragueta se abrochaba con unos botones tan grandes que parecían
fichas para jugar sapo. Las multicolores camisas mayormente eran floreadas o
llevaban estampadas tremendos girasoles o palmeras, playas, bañistas,
bailadores o todo lo que se pareciera a Hawai, Tahití o Miami. Otras, bastante atrevidas,
graficaban más poses que el Kamasutra. Pero la más sugerente, para dar un
testimonio de la manera de pensar de los jóvenes de aquella época fue la que le
vi a un peruano recién bajado del avión que lo traía de Nuyol. Era un mono (la
figura, no el pasajero), sentado sobre un inodoro, pujando, y no precisamente
para salvar a la patria. Sobre su cabeza flotaba como una nube el famoso
globito de las tiras cómicas que encerraba una frase:
Déjame gobernar!
Han pasado tantos años y aquel mensaje del globito
ha sido el lema y la razón de ser de muchos gobernantes, y la acción del mono
una constante de sus metidas de pata. Se usaban zapatos de plataforma llamados
Macario, no en honor al arzobispo ortodoxo – que ese estaba más para caminar
con muletas que con tabas de plataforma, sino a un platudo español apellidado
así, quien se casó vestido de blanco, por dentro y por fuera (toda ella, la
loca ) para demostrar la pureza de su cloro, con unos zapatos blancos, de
plataforma, que al mismísimo Hildebrandt le hicieron subir la autoestima porque
llegaban a medir hasta diez centímetros. Completaban el look unas patillas que
llegaban a pellizcar los labios y, los que podían, se despeinaban la mitra con
un escandaloso african look. Claro que
los trinchudos no les causaba nadita de gracia, así que estos se dejaban
las patillitas, nomás. Aquella moda, como todas las modas, era bien huachafona
y no la critico mucho porque yo también caí en aquella multicolor trampa del
offside y es que, la verdura por delante, me gustaba vestir así.
A aquella música se le llamaba música latina o
música tropical a secas, aunque donde se tocaba nadie estaba a secas. Hasta que
apareció la película “Salsa!” y ¡kikirikiii! Se alborotó el gallinero, como si
hubiera llegado un gallo gringo. A la salsa la presentaron con ese nombrecito,
pese a la oposición de quienes conocen la clave cubana y sus productos como el
son, la guaracha, el guaguancó, la guajira, la conga. Y tanto machacaron con la
etiqueta de salsa, que, al igual que la etiqueta de la chela, se les pegó en las
orejas.
Todos quieren ser el papá...
Todos quieren ser el papá...
Piteó Tito Puente y su tocayo Rodríguez (es decir,
pitearon ambos, pero de esquinas diferentes, porque esos dos no se podían ver
ni en fotografía), cacheteó las paredes Ray Barreto con sus tremendas manazas,
zapatearon Graciela y Machito, pero el nombrecito, ay, siguió bailando. Y el
diz que padre de la criatura, un flaco dominicano con mirada de loco y pelo
alborotado, llamado Johnny Pacheco, sonrió satisfecho, porque el nombre quedó.
Pero aparecieron otros presuntos padres de la nena:
un venezolano llamado Fidias Danilo; algunos colombianos y hasta cubanos
afincados en Miami mencionaban el “Échale salsita” de Ignacio Piñeyro, además de
un tema cantado por Celia Cruz con la
Sonora llamado “Por mi cinturita”, donde la guarachera
improvisa, …”porque yo tengo salsa y pimienta
al andar…”
-
Okay – dijo el Johnny -, pero aquí en Nuyol se llama salsa.
-
What?
-
Se llama salsa, ¿me oíte?
Celia, descontenta, torció la bemba colorá porque
sabía que Johnny no era el papá (¡coño, me salió en rima!), pero no dijo ni
michi porque el Zorro Plateado era dueño de la
Fania. Y el nombrecito quedó, pese a los
alaridos de los bravos. Salsa le pusieron en Nuyol y salsa la siguen llamando a
la niña.
La salsa dura...
Había una vez un baile muy fogoso que alborotaba y
hacía transpirar a las parejas. Los hombres hacían miles de figuras y sus
zapatos hacían volar el aserrín de los bares. Las mujeres caribeñas bailaban, caminaban,
cocinaban, fornicaban y dormían moviendo las cadera pa’ tí, pa’ mí, al compás
del tórrido baile. Era un placer ver bailar a las parejas. Las letras de los
temas eran lo de menos. La cosa era bailar, o bailar era una cosa, una cosota,
pues el asunto era bailar, bailar y, en tercer lugar, bailar. Qué importaba si
Justo Betancourt gritara “pa’ bravo yo”, que Maelo soneara con “las caras
lindas de mi gente negra”, que Blades quemara inciensos a aquella arrolladora
Manuela o que Arsenio, el ciego
maravilloso, despertara a to’ el barrio pa’ decirles que "hay fuego en el 23". No,
primo, la salsa era pa’ romper cinturas, desplayar zapatos, mojar camisas con
el sudor del tu swing, humedecer calzones
y enronchar ingles y axilas.
Salsa sensual...
Pero la salsa dura, tan fogosa ella, empezó a
decaer de tanta mala noche y tanto cloro, y
la muy puta ya casi ni se vendía ni se alquilaba. Fue entonces que llegó
la hermana menor, pero con diferente apellido: Salsa Sensual, Salsa Romántica,
Salsa erótica.
¡Guau!, ladraron los adolescentes, ya no era necesario
esperar una baladita o un bolero para arrimar el piano. Las piruetas y los
firuletes ya estaban en na’, porque para acrobacias estaba el breakdance. Ahora
tú también podías sacar plan con la salsa pegaíta. Las letras de estas salsas
eran como las minifaldas y las tangas: no ocultaban na’: sábanas mojadas, desnúdate
mujer, aquel viejo motel, aún guardo aquel condón con sabor a fresa, tu calzón
sobre mi nariz. Ya no, ya. Se pasaron pal’ culantro, mi pana. Pero la salsa erótica
también se agotó y entró en agonía, murió joven. Claro, tanto erotismo a uno lo
deja trapo. Es que lo evidente, lo directo también satura, no hay nada que
ocultar y rápido se pierde el interés. Y entonces los duros recordaron las
antiguas figuras de la salsa brava y la extrañaron. La extrañaron con ardor,
pero las empresas discográficas ni caso. ¿Qué cosssa?
El regreso del Cocodrilo Verde
Tanto patalearon los cubanos por la paternidad sobre la llamada salsa, que a la final se dejaron escuchar:
Tanto patalearon los cubanos por la paternidad sobre la llamada salsa, que a la final se dejaron escuchar:
-Todavía hay musica cubana, chico, y muy buena,
caballero! Y muchas veces mejol que la salsa de Nuyol. El son jamás se fue de
Cuba, caballero.
Paralelamente a la etiqueta de esa cerveza a la que
le llaman salsa, los cubanos seguían macerando sus rones y sus sones. Un
bajista soñador agregó trombones a la charanga, algo así como la nueva modita
de echarle chicharrón de pota al cebiche (qué herejía) , le enchufó un
tomacorriente a los sintetizadores, el bajo electrónico y muchas cosas más,
tantos que algunos viejos cubanos la empezaron a llamar zafarrancharanga. Aquel
soñador despierto, que no era sonámbulo, sino noctámbulo nomás, se llama Juan y
se apellida Formell, y vaya que parece trabalenguas, ¡qué gran bururú formó
Formell con tamaño formato! Esa cosa que te zumbaba en el cráneo tenía pickles
de los Beatles, chicharrón de Arsenio, mojitos de Aragón y aquel zumbido lo
llevó como bajista a la charanga de Elio Revé y su changüí, y se formó otra
revolución musical con sonido de alta fidelidad dentro de la revolución de
Fidel. Ese mismo zumbido incomprensible para los viejos también lo sacó de la Revé , porque Elio Revé
entendió las cosas al revés. Y dijo “por qué no se van”. Entonces Juan formó
‘Van Van’. Y cuántos años ya van! Yo sé que Van Van!
CODA
!Pérate , chico, que ya te lo digo en un segundo!
Pero eso no fue todo. Había un clarinetista y
tresero llamado Francisco Repilado, ex acompañante de María Teresa Vera; ex
integrante, también de Matamoros y – para variar- ex primera guitarra y segunda
voz de Los Compadres. Este oriental estaba ya retirado , jubilado y sentado a
la puerta de su casita escuchando sus boleros antiguos y bebiendo mojitos con
su inseparable cigarrazo cuando en eso
llegaron unos gringos a proponerle volver a grabar algunos temas que solo los
recordaba cuando encendía su viejo tocadiscos ucraniano cuyo sonido raspaba
hasta el paladar. El cocho buscó a otros cochos, algunos que ya caminaban hasta
con bastón, otros convalecían de artritis, mientras que los más relataban a sus
nietos fabulosas historias sobre épocas de grandeza y fama que trascendía las
fronteras .
excelente, amigo, bien escrito pero te faltan algunos. en primer lugar que temas del gran combo salieron a inicios de los sesenta cuando todos sabemos que su exito empezó con salome.
ResponderEliminarAmigo willy. cuando salió Salomé (supongo que lo dices por el tema Falsaria" ya el Gran Combo era famoso.
ResponderEliminarmucho antes pellin y Andy Montaññez eran los cantantes de correme guardia, masculino y femenino y otros
Bien primo,siga escribiendo así, para luego compilar su interesantes artículos y poder presentarlos como libro,su pluma me convierte en su fiel seguidor, esto por supuesto incluye tertulia y agua para la caballada.
ResponderEliminarGracias, sobrino, por tus generosos elogios que creo no merecer (así agradecen en la TV los figurettis). Un saludo para todos por allá. Abrazo de gol olímpico.
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