martes, 10 de enero de 2012

SALSA: PANTALONES ACAMPANADOS Y CAMISAS FLOREADAS



Por Manuel Araníbar Luna.

A fines de los sesentas y comienzos la de los setentas fue una  época de pérdidas y hallazgos. Los adolescentes habían perdido casi todo, inocencia, mojigatería, vergüenza y mucha ropa. Pero asimismo habían hallado libertinaje y diversas drogas. Muy atrás había quedado la moda ye-ye de los cerquillos de los Beatles, el twist y los cabellos engominados y el peinado go-go de las adolescentes. Hablamos de la época hippie, y post- hippie, en la cual habían aterrizado de un viaje con marimba  las modas multicolores, ombligos al aire y saludo con la ‘v’ de la victoria.
Quitando a los huachafos peruanos, esclavos de la moda norteamericana y su rock subterráneo, quitando la moda chicha de la música colombiana mezclada con rezagos del huayno, se había formado una mazamorra llamada chicha, o una chicha tan cargada que parecía mazamorra. Entonces, sin todo ello, quedaba la moda del Llauca, la moda salsa con sus achorados abarrotando legendarios bares como el Sabroso, El Combo de Loza, el Tito’s en La Perla y otros más que eran duros de matar o, en otras palabras,  matas del duraje. Era la salsa dura, con mucha pimienta, mucho ají, mucha dinamita y buena dosis de alucinógenos. Es allí donde se consolida todo ese movimiento de pantalones acampanados y camisas multicolores.

Del barco al Sabroso...
        Sigilosamente, como la marea que sube sin que te des cuenta, como la neblina que de a poquitos te humedece hasta los ollucos y te los congela en las noches de julio, así llegó a los muelles del Callao, con la complicidad de los estibas, entre productos ilegales, junto al whisky  y los pantalones ‘Lee’ de contrabando, junto a perfumes , licores, la Yohimbina y los relojes con tremendos cadenones, empezaron a llegar calentitos los LP y los 45 de la chacra a la olla, mejor dicho del barco al Sabroso. Bienaventurados los estibas porque ellos fueron los grandes artífices de que ese fenómeno llamado música tropical hecho en NY hoy llamado salsa se metiera de caballazo a los pecaminosos bares de de la avenida  2 de mayo y aledaños.
Hay que darles el crédito a los estibas. Ellos se jactaban – además de sus conquistas amorosas- de sus recientes adquisiciones musicales, las cuales exhibían junto a sus tremendos esclavones de orégano y sus tabas de taco aperillado – de la originalidad de tener en sus manos los primeros temas del Gran Combo, de Eddie Palmieri, de Alegre All Stars y de Joe Cuba con un crooner casi adolescente y libre de drogas llamado Cheo Feliciano. Se escuchaban temas alucinantemente bárbaros con la B de Benny Moré que ya no llegaban, por el estúpido y enfermizo bloqueo a Cuba.
Sin embargo le faltaba algo así como un pellizcón de orégano para completar el saoco, y es que aquella novedosa música tropical se bailaba al estilo guaracha antigua de la Sonora Matancera. No se conocía la coreografía neoyoricua (mitad Nuyol, mitad Boricua); y para aprenderla hubo que transcurrir varios almanaques de Bristol. Los chalacos ebrios escuchaban a un  Pellin Rodríguez quien cantaba muy ufano que tenía un swing sabroso, Palmieri acompañaba a Ismael Quintana en su dolor porque su Muñeca no lo perdonaba. Cheo le había pedido prestado – para no devolverlo jamás - el estribillo de su “I’ll never go back to Georgia” a Dizzie Gillespie y silbaba “el Pito” con Joe Cuba en las congas, llamadas tumbadoras A. C (antes de Castro).
Pasarían algunos cuantos almanaques para que Willie y Héctor rompieran moldes, esquemas y rocolas y alborotaran el cotarro, porque con ellos se cerró el círculo de fuego: ritmo, clave 1-2-3, 1-2,  soneo, solos de trombón, de piano, de timbal, de tumbadoras (rebautizadas  por los gringos, cuando no,  como conga drums,) y la pizca de sabor que faltaba para que los chalacos paladeen: el baile. Y se cerró el círculo, ladies and gentleman, a bailar, showtime, ¡a bailar que el mundo se va a cambiar, let’s dance!
Conos sin helado...
Algunos autores afirman que la salsa nació con la Fania. Nada más falso. La salsa, aún sin ese polémico nombrecillo, desembarcó al rico Llauca un par de años después de la llegada de Castro al poder en Cubita la bella. El primer LP de ese tipo, aunque no se le llamaba salsa, lo escuché por el Gran Combo en los años 63 o 64, pero no sé si por la huelga de tranviarios o por la terquedad de los chalacos para no compartir sus secretos musicales con los limeños mazamorreros, la música latina - como se llamaba a la salsa neoyoricua en esos tiempos - no llegaba a la capital, a Limón. Y demoró en llegar algunos años más. Es que empezaban a repletarse los conos y no precisamente de helado, sino de provincianos e inquilinos morosos en unas invasiones a las que la Prensa y El Comercio tildaban de bárbaras, con una tilde que caía como hachazo en el ojo. Y los paisas, por la alegría de saber que jamás volverían a pagar el alquiler de la jato y por la tristeza de recordar los huaynos de su tierra, daban sus primeros pasos de cumbias y chichas de los Demonios de Corrocochay, de los antojos del guitarrista de los anteojos culo de damajuana de un señor llamado Enrique Delgado Montes y sus Destellos.

-         ¡Bailar salsa! – se quejaba un ayacuchano – ¡como si fuese fácil! Esa música es de negros y en mi tierra no los hay, papay, porque los negros en las alturas se ahogan y se mueren nomás, papay. Lo calentito nomás les gusta, papay, además si mi chola me pesca moviendo las caderas, vistiendo esas camisas con los colores de la bandera de Tahuantisuyo – que jamás tuvo bandera – va a pensar que le estoy haciendo brujería como los chamanes que soplan aguardiente y zapatean haciendo sonar una maraca. Peor sería que crea que soy un cholo maricón, papay. Se me va con otro cholo, papay. Mejor bailo mi cumbia nomás, papay.

Pantalones acampanados y camisas floreadas...
Como rezago de los hippies, los muchachos vestían pantalones a la cadera con unas correas tan anchas que parecían de bombero; y sus bastas, tan acampanadas que con toda comodidadHéctor Lavoe podía caber en una de ellas y Yola Polastri en la otra, aunque la superflaca todavía bailaba go go con las Cincodélicas y – como todas las chicas ye ye – despreciaba olímpicamente la música tropical. La bragueta se abrochaba con unos botones tan grandes que parecían fichas para jugar sapo. Las multicolores camisas mayormente eran floreadas o llevaban estampadas tremendos girasoles o palmeras, playas, bañistas, bailadores o todo lo que se pareciera a Hawai, Tahití o Miami. Otras, bastante atrevidas, graficaban más poses que el Kamasutra. Pero la más sugerente, para dar un testimonio de la manera de pensar de los jóvenes de aquella época fue la que le vi a un peruano recién bajado del avión que lo traía de Nuyol. Era un mono (la figura, no el pasajero), sentado sobre un inodoro, pujando, y no precisamente para salvar a la patria. Sobre su cabeza flotaba como una nube el famoso globito de las tiras cómicas que encerraba una frase:
                  Déjame gobernar! 
Han pasado tantos años y aquel mensaje del globito ha sido el lema y la razón de ser de muchos gobernantes, y la acción del mono una constante de sus metidas de pata. Se usaban zapatos de plataforma llamados Macario, no en honor al arzobispo ortodoxo – que ese estaba más para caminar con muletas que con tabas de plataforma, sino a un platudo español apellidado así, quien se casó vestido de blanco, por dentro y por fuera (toda ella, la loca ) para demostrar la pureza de su cloro, con unos zapatos blancos, de plataforma, que al mismísimo Hildebrandt le hicieron subir la autoestima porque llegaban a medir hasta diez centímetros. Completaban el look unas patillas que llegaban a pellizcar los labios y, los que podían, se despeinaban la mitra con un escandaloso african look. Claro que  los trinchudos no les causaba nadita de gracia, así que estos se dejaban las patillitas, nomás. Aquella moda, como todas las modas, era bien huachafona y no la critico mucho porque yo también caí en aquella multicolor trampa del offside y es que, la verdura por delante, me gustaba vestir así.

A aquella música se le llamaba música latina o música tropical a secas, aunque donde se tocaba nadie estaba a secas. Hasta que apareció la película “Salsa!” y ¡kikirikiii! Se alborotó el gallinero, como si hubiera llegado un gallo gringo. A la salsa la presentaron con ese nombrecito, pese a la oposición de quienes conocen la clave cubana y sus productos como el son, la guaracha, el guaguancó, la guajira, la conga. Y tanto machacaron con la etiqueta de salsa, que, al igual que la etiqueta de la chela, se les pegó en las orejas.

Todos quieren ser el papá...
Piteó Tito Puente y su tocayo Rodríguez (es decir, pitearon ambos, pero de esquinas diferentes, porque esos dos no se podían ver ni en fotografía), cacheteó las paredes Ray Barreto con sus tremendas manazas, zapatearon Graciela y Machito, pero el nombrecito, ay, siguió bailando. Y el diz que padre de la criatura, un flaco dominicano con mirada de loco y pelo alborotado, llamado Johnny Pacheco, sonrió satisfecho, porque el nombre quedó.
Pero aparecieron otros presuntos padres de la nena: un venezolano llamado Fidias Danilo; algunos colombianos y hasta cubanos afincados en Miami mencionaban el “Échale salsita” de Ignacio Piñeyro, además de un tema cantado por Celia Cruz con la Sonora llamado “Por mi cinturita”, donde la guarachera improvisa,   …”porque yo tengo salsa y pimienta al andar…”

-         Okay – dijo el Johnny -, pero aquí en Nuyol se llama salsa.
-         What?
-         Se llama salsa, ¿me oíte?

Celia, descontenta, torció la bemba colorá porque sabía que Johnny no era el papá (¡coño, me salió en rima!), pero no dijo ni michi porque el Zorro Plateado era dueño de la Fania. Y el nombrecito quedó, pese a los alaridos de los bravos. Salsa le pusieron en Nuyol y salsa la siguen llamando a la niña.

La salsa dura...
Había una vez un baile muy fogoso que alborotaba y hacía transpirar a las parejas. Los hombres hacían miles de figuras y sus zapatos hacían volar el aserrín de los bares. Las mujeres caribeñas bailaban, caminaban, cocinaban, fornicaban y dormían moviendo las cadera pa’ tí, pa’ mí, al compás del tórrido baile. Era un placer ver bailar a las parejas. Las letras de los temas eran lo de menos. La cosa era bailar, o bailar era una cosa, una cosota, pues el asunto era bailar, bailar y, en tercer lugar, bailar. Qué importaba si Justo Betancourt gritara “pa’ bravo yo”, que Maelo soneara con “las caras lindas de mi gente negra”, que Blades quemara inciensos a aquella arrolladora Manuela o que Arsenio,  el ciego maravilloso, despertara a to’ el barrio pa’ decirles que "hay fuego en el 23". No, primo, la salsa era pa’ romper cinturas, desplayar zapatos, mojar camisas con el sudor del  tu swing, humedecer calzones y enronchar ingles y axilas.
Salsa sensual...
Pero la salsa dura, tan fogosa ella, empezó a decaer de tanta mala noche y tanto cloro, y  la muy puta ya casi ni se vendía ni se alquilaba. Fue entonces que llegó la hermana menor, pero con diferente apellido: Salsa Sensual, Salsa Romántica, Salsa erótica.
¡Guau!, ladraron los adolescentes, ya no era necesario esperar una baladita o un bolero para arrimar el piano. Las piruetas y los firuletes ya estaban en na’, porque para acrobacias estaba el breakdance. Ahora tú también podías sacar plan con la salsa pegaíta. Las letras de estas salsas eran como las minifaldas y las tangas: no ocultaban na’: sábanas mojadas, desnúdate mujer, aquel viejo motel, aún guardo aquel condón con sabor a fresa, tu calzón sobre mi nariz. Ya no, ya. Se pasaron pal’ culantro, mi pana. Pero la salsa erótica también se agotó y entró en agonía, murió joven. Claro, tanto erotismo a uno lo deja trapo. Es que lo evidente, lo directo también satura, no hay nada que ocultar y rápido se pierde el interés. Y entonces los duros recordaron las antiguas figuras de la salsa brava y la extrañaron. La extrañaron con ardor, pero las empresas discográficas ni caso. ¿Qué cosssa?

El regreso del Cocodrilo Verde

Tanto patalearon los cubanos por la paternidad sobre la llamada salsa, que a la final se dejaron escuchar:
-Todavía hay musica cubana, chico, y muy buena, caballero! Y muchas veces mejol que la salsa de Nuyol. El son jamás se fue de Cuba, caballero.
Paralelamente a la etiqueta de esa cerveza a la que le llaman salsa, los cubanos seguían macerando sus rones y sus sones. Un bajista soñador agregó trombones a la charanga, algo así como la nueva modita de echarle chicharrón de pota al cebiche (qué herejía) , le enchufó un tomacorriente a los sintetizadores, el bajo electrónico y muchas cosas más, tantos que algunos viejos cubanos la empezaron a llamar zafarrancharanga. Aquel soñador despierto, que no era sonámbulo, sino noctámbulo nomás, se llama Juan y se apellida Formell, y vaya que parece trabalenguas, ¡qué gran bururú formó Formell con tamaño formato! Esa cosa que te zumbaba en el cráneo tenía pickles de los Beatles, chicharrón de Arsenio, mojitos de Aragón y aquel zumbido lo llevó como bajista a la charanga de Elio Revé y su changüí, y se formó otra revolución musical con sonido de alta fidelidad dentro de la revolución de Fidel. Ese mismo zumbido incomprensible para los viejos también lo sacó de la Revé, porque Elio Revé entendió las cosas al revés. Y dijo “por qué no se van”. Entonces Juan formó ‘Van Van’. Y cuántos años ya van! Yo sé que Van Van!
CODA
!Pérate , chico, que ya te lo digo en un segundo!
Pero eso no fue todo. Había un clarinetista y tresero llamado Francisco Repilado, ex acompañante de María Teresa Vera; ex integrante, también de Matamoros y – para variar- ex primera guitarra y segunda voz de Los Compadres. Este oriental estaba ya retirado , jubilado y sentado a la puerta de su casita escuchando sus boleros antiguos y bebiendo mojitos con su inseparable cigarrazo  cuando en eso llegaron unos gringos a proponerle volver a grabar algunos temas que solo los recordaba cuando encendía su viejo tocadiscos ucraniano cuyo sonido raspaba hasta el paladar. El cocho buscó a otros cochos, algunos que ya caminaban hasta con bastón, otros convalecían de artritis, mientras que los más relataban a sus nietos fabulosas historias sobre épocas de grandeza y fama que trascendía las fronteras .