martes, 22 de octubre de 2013

EL VIEJO GOLEADOR.

Por: José Cantero Verni, poeta y escritor argentino.

Cuando entraste al campo
te silbó hasta el viento,
el estadio entero,
te gritaba viejo.
Te decían cosas,
como pobre abuelo,
de quedarte en casa,
a cuidar los nietos.
La tribuna tuya,
y también la de ellos
te ofendían hermano,
sin tener respeto;
El equipo tuyo,
con un pie al descenso,
el de los contrarios
festejando el sueño,
De salir campeones
era casi un hecho,
le caía el empate,
como anillo al dedo.
Cuando ya el partido
se moría en un cero
cuando ya un minuto
le quedaba creo,
De la esquina izquierda,
te cayó aquel centro,
que saltando al aire
la mató tu pecho.
La peleaste a muerte,
le pusiste el cuerpo,
y con toque suave
la mandaste adentro.
La tribuna ciega,
no podía creerlo
estalló en delirio
con un grito inmenso.
Cuando te creían
que ya estabas muerto,
desde allá del alma
te brotó el aliento.
Con tu gol hermano
se evitó el descenso,
si hasta el mismo viento
se asoció al festejo,
Una tibia lágrima
te corrió en silencio
te abrazaron todos,
goleador sin tiempo.

lunes, 30 de septiembre de 2013

HECTOR LAVOE Y PABLO ESCOBAR, LA ANECDOTA QUE SE OCULTÓ…

Por Manuel Araníbar Luna.

Hoy cumple 67 años de vida pero jamás lo veremos en vivo. Héctor Pérez, más conocido como Héctor Lavoe. Un día 30 de setiembre no dio su primer grito de recién nacido: sólo cantó. Y sólo la muerte impidió que lo siga haciendo.

Aquí una anécdota que se sigue propalando por Radio Bemba, es decir, de boca en boca.

Un taxista se lo relata al cronista colombiano Juan José Hoyos de la siguiente manera:

"había pasado la medianoche cuando, de un extremo de la carretera, saltó un hombre vestido con frac y con los pies descalzos. Se veía que estaba asustado y el chofer no pudo evitar detenerse. El hombre le pidió que lo llevara a su hotel. Le contó que había estado cantando en una fiesta de mafiosos y que la cosa se había puesto fea, que iba sin un dólar y que su nombre era Héctor Lavoe".

Difícil de creer. El chofer estaba convencido de que se trataba de un embuste y le pidió pruebas: “Me va a tener que cantar “Yo soy el cantante” si quiere que lo lleve al hotel”, dijo el taxista. El hombre que ya estaba dentro del auto pareció molestarse: “Mi pana, ¡pero si por eso fue el problema! ¡Un tipo de esos me hizo repetir como diez veces esa canción, amenazándome con una pistola! ¡Y yo me mamé y le dije a la orquesta no canto más, apaguen los equipos!”.

El taxista insistió, le recordó al delgado hombre de sastre que le estaba haciendo un favor al llevarlo sin cobrar y, cuando se dio cuenta, estaba escuchando una voz de otro mundo: “Yo soy el cantante / que hoy han venido a escuchar / lo mejor del repertorio a ustedes voy a brindar. / Y canto a la vida / de risas y penas / de momentos malos / y de cosas buenas”. 

Ya no había dudas. Era Héctor Lavoe .

A LAS BALAS ME REMITO
La anécdota, que podía haber pasado como uno de esos cuentos con los que los taxistas nos hacen ameno un viaje largo, tomó elementos de realidad cuando algunos de los miembros de la orquesta de Lavoe dieron su testimonio.

Eddie Montalvo, el conguero del grupo, recordó que el contrato para tocar frente a Pablo Escobar lo había gestionado Larry Landa, un empresario artístico muy ligado al mundo del narcotráfico, que de acuerdo a este Lavoe y compañía debían tocar hasta las dos de la mañana, pero que a Escobar se le dio por quererlo hasta las seis de la mañana.

“Cuando fueron las dos de la mañana, Héctor le dijo a la banda que pararan. El organizador los amenazó a punta de pistola para obligarlos a continuar cantando. Quería que Héctor repitiera Yo soy el cantante. Ismael Rivera se envalentonó y los guardaespaldas también. Hasta que los llevaron a un cuarto pequeño que cerraron con llave el resto de la noche (...) Después de una hora, Héctor rompió una ventana y con la ayuda de los otros músicos salieron uno por uno por ahí, sin sus instrumentos, en la oscuridad y con miedo. Por treinta minutos se resbalaron, se cayeron, hasta que salieron a la carretera”, contó Montalvo.


Y así fue cómo Héctor Lavoe terminó en el taxi del narrador de esta historia un día de enero de 1981. Pero allí no acabó: al día siguiente del incidente un desconocido visitó a Héctor y su banda en el hotel donde se hospedaban. Les dejó un cheque, los pasaportes que les habían decomisado, los instrumentos retenidos y las disculpas respectivas.