lunes, 24 de noviembre de 2008

CRIOLLISMO, UN ENSAYO POLEMICO

Escribe: Manuel Araníbar Luna
En anterior artículo decíamos que el criollismo es el modo de vivir del limeño por antonomasia, es su manera de gozar la vida, de interpretar y disfrutar su música y de paladear su acerbo cultural, su arma de supervivencia, un prisma hecho en casa para observar la realidad, pero también su actitud frente al mundo que lo rodea.
Es una actitud, porque la reacción del criollo ante los estímulos externos varía con respecto a la persona. Un criollo, ante una agresión o ante un improperio verbal, reacciona al estilo calle. Un criollo ve las cosas de acuerdo a su sentir. Un criollo corteja y se enamora al estilo calle, paralelamente al formal que se enamora en balada, tango o bolero.
Y en lo que respecta a las actitudes, podemos resumirlo con ejemplos y en gráfico, para describir de manera práctica las actitudes del tipo formal y criollo ante diversas situaciones de la vida diaria y con esto delinear la brecha que siempre existió entre los criollos y los formales, y que nadie anteriormente se tomó el trabajo de describir desde la óptica del criollo, es decir, desde abajo, y no desde el frío punto de vista del estudioso académico que jamás pisó un callejón, que se empapó en la materia sólo por libros leídos y que pone el mismo interés en describir una mariposa calavera, un petroglifo pre-nasca o una dalia amazónica, terminado lo cual, guarda sus folios y a otra cosa mariposa. (Ver cuadro 1)
Cuando decimos que es un modo de vivir nos referimos a las costumbres adquiridas desde la niñez, y cuando afirmamos que es un arma de supervivencia; describimos  la manera de reaccionar, improvisada y llena de inspiración ante los peligros que comprometen su seguridad, su libertad, su pan, su trago y su derecho a jaranear. Porque el criollo nace, no se hace. Me explico: digo que nace, no por haber nacido en un callejón, sino -como lo canta Celio Gonzáles en Te quiero porque te quiero- porque le nace del alma. Claro, hay excepciones que confirman la regla, por ejemplo, quienes han llegado del extranjero, o de provincias y se han acriollado a tal punto que es difícil deducir si son o no limeños. Pero es que estas personas vienen con esa predisposición a la jarana, del mismo modo que sucede en quienes jamás han visto un piano ni en foto y de improviso lo tocan y aprenden con una facilidad lindante con las facultades extrasensoriales. A esto le llamo “nacimiento del alma”.
Definiéndolo…
Si se trata de definir al criollo con una sola palabra chocaríamos con ese invisible tirano que son el tiempo y el espacio, porque a dicho arquetipo representativo de la cultura peruana no se le puede definir con una sola palabra, porque esto de retratar una idiosincrasia tan enrevesada, alambicada y compleja no es una rígida fórmula matemática ni un test mental de ingreso a una universidad, es algo que tiene más de cuna de palo y menos de incubadora de pollos, más de soul que de tekno, más de espíritu que de músculo, más de bobo que de academia, más de comba y cincel que de cuaderno. Algunos – esa clase de académicos quienes resumen todo con una sola palabra - lo llaman viveza, por no decir criollada. Otros, más cerca del enfoque político-social, lo llaman conformismo. Los filósofos lo ven como una escuela y los acartonados lo encadenan a la vagancia. Como se puede deducir, el criollismo no se define con academia ni con colegio, sino más bien se vive, se expresa con hechos, se desarrolla con gestos, se manifiesta con actitudes. Y, por último - esta es la carnecita -, se goza.
Y para mejor definición, aquí tengo una receta de cocina: metamos en una olla, de barro por supuesto, la replana, el callejón, el caño, el cordel, el cajón, la guitarra, el vals, la polca, las décimas, la marinera, las chapitas, las comidas, la mazamorra, el turrón, la procesión, la serenata, y el resultado será –mejor que cualquier definición- un sancochao llamado criollismo.
Cuadro 1.
COMPARATIVO DE COMPORTAMIENTO DE LOS TIPOS “FORMAL” Y “CRIOLLO”.

Como podemos observar en el cuadro 1, en estas situaciones la actitud del individuo formal es más la de un calzonudo, tetelememe o camastrón, sin dejar de ser un cucufato, saco largo, calentador (o termo), pan de Dios e Inocencio; mientras que el criollo, por el contrario demuestra ser irresponsable, alegrón, huasca, cambalachero, chonguero y una mezcla del Manyute de Osorio, del Jarano de Crose y del Sampietri de Julio Fairlie, los tres arquetipos de la idiosincrasia del criollo limeño, del prototipo del homo limensis, que aparecieron hasta hace algunos años en las tiras cómicas de los periódicos limeños (ver cuadro 2).
CUADRO 2.
Personajes arquetípicos formales y criollos.


ÉXITOS.
Pero no nos engañemos, la verdadera garantía del éxito no la da el ser demasiado criollo ni el ser demasiado formal. Por el contrario, los problemas empiezan cuando el criollo se muestra en su total faceta y a lo único que contribuye es a su propio descalabro. Y, haciendo un paralelo, el tipo formal cuando está navegando en aguas que no son las suyas y se muestra en toda su dimensión recibe los peores resultados. Es decir, se pierde lo mismo que un huevo frito encima del cebiche. Los antiguos dicen que el criollo no se muere de hambre y ese dicho no siempre es cierto. Criollos he conocido, vivos, jaraneros, gozados y, en algunas épocas, con los bolsillos llenos de billetes que han fallecido en la más completa miseria, muchas veces mendigando un pan o un trago, y otras en asilo para personas desamparadas. La lista es conocida, pero baste mencionar al extraordinario Alejandro Cortez, primera voz de Los Morochucos, a Rómulo Varillas, a la Limeñita y Ascoy, a Pastor Zuzunaga y paremos de contar, porque ya cansa reiterar pedidos y críticas al gobierno y sus instituciones culturales, cuando todos sabemos que no nos van escuchar. Algunos criollos irresponsables triunfan casi sin darse cuenta y muchos individuos formales pegados a las leyes, esclavos de la planificación y el método, fracasan. Aquí - me refiero al Perú donde todo puede pasar - prima más la suerte, la cutra y el arreglo, la improvisación y el “vamos a ver qué pasa” que la perseverancia, la planificación y el frío análisis. Por siaca, no hacemos una apología del criollo irresponsable ni denigramos al zanahoria. Ambos tienen y merecen su propio lugar y su oportunidad en la historia. Ambos se desempeñan inmejorablemente en sus respectivos campos. Lo que sí es cierto es que se necesitan un poco el uno del otro. El éxito lo obtienen los que le ponen su sazón criolla a sus actos, con ciertas pinceladas – aunque hipócritas - de formalidad
Cuando afirmamos que se nace criollo, no queremos decir que la única manera de ser criollo es naciendo con una guitarra y un conja. No, que va. La mayor influencia, por supuesto la da el nacimiento y la crianza en un hogar criollo, pero también la proporciona la cruda calle, donde uno aprende a jugar a las bolitas, a enrollar la huaraca, a dominar la pelota, a darse de trompadas y a retrucar las puyas de doble sentido. También influyen las amistades y, aunque parezca mentira, algunas veces los mismos profesores del colegio fiscal donde uno aprendió hacer sus planas. Quien firma estos apuntes aprendió El Payandé de su maestra de segundo año de primaria, la señorita Garro, de la escuela fiscal 458, Francisco Fabio Brenner, quien, no tan amorosamente, pero sí con todo fervor y temblorosa voz, nos lo enseñó con algunos tatequietos de por medio. ¡Y jamás se nos olvidó! (Me refiero a la canción y -justo es divulgarlo- a los tatequietos).
Desde niño, cada vez que había fiesta en mi casa o en la de mis parientes se escuchaba música criolla en vivo, puesto que mi padre y sus amigos tocaban guitarra y cantaban valses, polcas y marineras de la guardia vieja. Y a esto hay que añadirle que desde nuestra adolescencia nos acercábamos tres o cuatro amigos a escuchar música criolla desde las ventanas del restaurant Tradición. ¿Qué nos empujaba a hacerlo en una época en que las radioemisoras rompían los parlantes con música de Elvis Presley, los Beatles y Chubby Checker? Lo ignoro, pero no me arrepiento, como sí lo hago de algunas canciones y películas de la nueva ola, que me conmovieron en aquellos tiempos, pero que hoy...mejor lo comentamos en otra nota.
HIJO NO TENEMOS Y NOMBRE LE PONEMOS…
¿Pero cómo llamaríamos al limeño que no es o no se siente criollo? Por ejemplo, el rockero o el salsero, será limeño pero no es ni se siente criollo, (ojo que nos referimos a quien gusta  o practica la música criolla) por tanto hay quienes les llaman estirados, snobs, o formales. Y - ¡eureka, ya la di! - esa es la palabra: el limeño que no se siente criollo viene a ser una persona formal, en tanto que la formalidad signifique sujeción a las reglas, a la seriedad, a la exactitud. Pero muchos rockeros y salseros tampoco son formales ni pegados a las reglas. Y los hay cabeceadores, vagos, holgazanes, fandangueros en cantidades industriales tan igual a los criollos-criollos. La diferencia es que tanto el salsero como el rockero son igual de criollos, por haberse nutrido de la tradición limeña pero lo único que le falta es el amor y el deseo de jaranearse con la música criolla. Es que hay otra condición importantísima y esta es el apego a la música peruana tradicional que viene del callejón, del corralón de los barrios populares.
Ahora bien, si hablamos de seriedad, nos referimos a las costumbres, a la música y comida tradicionales. ¿Y qué significa seriedad en las costumbres? ¿No enyucar al prójimo? ¿No hablar en voz alta en un velorio? ¿Acostarse temprano y no asistir a fiestas? ¿Ser fiel al cónyuge? ¿Persignarse después de haberla sacudido? Discúlpenme los “formales”, pero eso ya viene a ser cucufatería decimonónica.
CUADRO 3.
Preferencias de Formales y criollos.

ORGULLO.
Muchos años atrás, Bartola Sancho Dávila, la mejor bailarina de marinera de todos los tiempos, al ver el edificio de más de veinte pisos del Ministerio de Educación, en ese entonces el más alto del Perú, lanzó una ingeniosa y sabrosa criollada.
- ¡Qué tanto se almiran, carajo, este edificio e’ mierda no es más que un callejón parao!
La frase, además de genial, expresa un orgullo. Sí, el orgullo de haber nacido en callejón. Con esta frase le decía a todo el Perú que el callejón no tiene nada que envidiarle al rascacielos. Y si le preguntaran a don Augusto Ascuez, a Bartola, a Melcochita, a Barraza, al Loco Cassaretto, a Manuel Acosta Ojeda lo mismo hoy en día con respecto al criollismo, ¡qué dirían!
VAGONETAS F.C.
Mark Twain decía que el trabajo es digno de llamarse tal cuando uno lo hace por obligación. Y, agregaríamos, deja de ser trabajo si una persona se divierte con lo que hace. Ahora bien ¿cómo llamarías aquella actividad que te divierte? ¿Deporte? ¿Arte? ¿Recreación? ¿Hobby? ¿Y cómo llamarías a quien emplea su tiempo libre en acudir a un centro musical? ¿vago?, ¿criollo?, ¿borracho?, ¿bohemio? En algunos casos se confunde al vago con el criollo, y al criollo con el bohemio, porque para los estirados, los chambadictos o los formales, la vagancia se asocia con cualquier actividad donde uno se divierta. Según tal enfoque, es un vago quien no marca tarjeta o no llega con su sobre de sueldo al fin de semana. Injustamente se le endilgan tales adjetivos al futbolista, al billarista, al músico, al pintor. Hace ya más de cuatro décadas, a raíz de que el eximio billarista Adolfo Suárez Perret, “La Vieja” -criollazo del Cuartel Primero- ganara el primer puesto del mundial de billar a tres bandas, fue abordado estúpidamente por un prejuicioso periodista:
- ¡Y todavía te premian por practicar un deporte para vagos!
La Vieja, con toda la razón del mundo, lo mandó bien lejos, adonde se fue el padre Padilla, mejor dicho a la puta que lo parió. Efectivamente, hay criollos que prácticamente viven en los centros musicales y a quienes, valgan verdades, la palabra chamba les causa desmayos y escozor; algunos billaristas no sueltan el taco y la tiza azulina ni para lñevantarse a una hembra; peloteros para quienes la cancha de fulbito es su centro de adoración a la Virgen de la Santa Bazooka del Divino Moño Rojo, pero no por ello tenemos que pegarle a todos la etiqueta de “vagos”. Todos ellos, de una u otra forma, se recursean: los billaristas de las lornas, los peloteros de las apuestas, los criollos de los chivos o bolos, y algunos hasta manguean en restaurantes, ¡Y se ganan la vida con lo que más les gusta! No obstante,  estas prácticas, guste o no a la gente renegona y culifruncida, son recursos para sobrevivir (y pagar sus vicios).
VIVIDORES.
Algunos dicen que los criollos viven de noche y duermen de día en y para el criollismo, del mismo modo en que lo hacen los salsero, rockeros, raperos, perreros y todo quien se identifica con una actitud musical, con algún tipo de música y lo demuestra en su modus vivendi. Otros sostienen que el principal recurso de la supervivencia del criollo es el de pegarse una siestita mientras el mundo sigue andando, porque les gusta vivir de los demás, porque la chamba “cansa” y porque ellos no nacieron para chambear. El conocido dicho “el vivo vive del zonzo y el zonzo de su trabajo”, es un claro ejemplo de esta ultima definición, donde se confunde criollismo con ventajismo, con conchudez, con viveza. Los provincianos recién bajados asumen esta afirmación como propia, porque en su mayoría han sido víctimas del perro muerto, la estafa, el sablazo, el floro.
A muchos se les ha metido bien al fondo del cráneo, la idea de que el criollo es una persona que se te pega como baba de caracol y no te suelta hasta que estés más vacío que el cerebro de alguna vedette nacional. Y según ellos, el criollo agarra la guitarra, te canta, te cuenta chistes o te raja de alguien para incitarte a disparar como Rambo hasta quedar cero perdigones. O en otros casos, te cae con la milonga arrabalera donde te llora que está sin trabajo, que tiene que pagar la luz y el agua y que debe seis meses de jato con lo cual, acongojado hasta las lágrimas metes la noma al lodri y le rompes la palma, el puño, la muñeca y hasta el codo. Se quejan de los criollos también, metiendo en un solo saco juntos al criollo alegrón con el estafador o el vividor. Esto lo han hecho, lo hacen y lo seguirán haciendo, pero no necesariamente todos los criollos.
DEFINIENDO LO INDEFINIBLE.
Cuando me refiero al criollo dentro del campo de la música, no me refiero al aficionado a la música criolla sino al cultor y participante de la música criolla, porque son dos acepciones completamente diferentes. Y vale la pena aclarar un poco esta aserción. La palabra criollo originalmente se refería al blanco nacido en las colonias y, por extensión, al español nacido en las Américas. Luego se le comenzó a decir así al negro nacido en la América. La chapa “crolo” con la que motejan a los negros, no se refiere a la palabra “color” dicha al revés, sino que viene del francés “creole”, vale decir, criollo. Y una última acepción nos dice de los animales, cosas, comida, música, etc. que son propios del país, para diferenciarlos de los extranjeros (por ejemplo, comida criolla, para diferenciarla de la comida internacional).
Pero no llamemos criollo a quien para celebrar su santo te tiene escuchando sus 140 discos de Carmencita Lara y el cholo Berrocal. Tampoco a quienes van los fines de semana a las peñas barranquinas y luego van a matarla a las discocatecas miraflorinas. ¡No pues, así no es! A ellos se les debe llamar aficionados a la música criolla. Su afición es respetable, y hasta plausible, porque es preferible un aficionado a la música criolla que un aficionado al rap o al rock, pero a los aficionados no les da la talla para autodenominarse criollos. ¿Por qué? Porque el criollismo no lo llevan tatuado en el alma, sino que lo llevan pegado al pecho con mocos. Con esto queremos decir que, como esta afición no es del bobo, ni de crianza, se les puede desprender muy fácilmente como las escamas de la cojinova y volverse, por ejemplo en fanático de Shakira o de Juan Gabriel y vender hasta el calzoncillo por no perderse un recital de ellos. Y este fanatismo de hoy transformado en olvido del mañana es nada más y nada menos que lo que se denomina volubilidad. Del mismo modo, para los andaluces el cante jondo flamenco nace con ellos, se desarrolla con ellos pero no muere con ellos, porque queda guardado en sus cenizas y todo gusano que muerde de sus carnes sale zapateando a lo gitano señorón.
ODIAME POR PIEDAD YO TE LO PIDO.
Ahora bien, si hemos dado una pauta para tratar de definir al criollo, tratemos de definir al anticriollo, cómo llamarlo y porqué. Es del caso y urgente señalarlo, porque necesitamos poner ambos arquetipos en paralelo. En primer lugar. Si le llamamos así estamos partiendo del principio de que el anticriollo odia todo lo criollo, en todo caso más cabría llamarlos criollofóbicos. Ahora, si ponemos este último término tendríamos que tener preclaros ejemplos de qué o quién es anticriollo o criollofóbico. Partamos por los folkloristas, los cuales en su mayoría son anticriollos o criollofóbicos – y algunos lo son de modo recalcitrante. ¿Cabe el término? ¿O cabe llamarlos culifruncidos? En este último término, parece que el culifruncido es el estirado, el pituco formal, señorito y calzón con blondas. ¿Qué tal llamarles amargados, dado que el criollo es la antítesis del amargado? Está bien, porque si hacemos un paralelo con cualquier ciudadano latino del mundo de las características del criollo encontramos al andaluz de la tradición flamenca, al carioca, al sonero cubano, al tanguero argentino arrabalero y compadrito, todos los cuales tienen esa misma actitud ante la vida, ante la música y ante la noche.
ACAPITE APARTE PERO ADYACENTE.
Hay un pequeño regustito por la música criolla cantada o interpretada por provincianos. Verbigracia, las interpretaciones cantadas por Cholo Berrocal y Carmencito Lara, las de los trovadores del Norte y los Mochicas. Estas interpretaciones casi en su totalidad son escuchadas por públicos provincianos. Algunas en tono anorteñado como los Mochicas y otras en tono acharacatado, por ejemplo Los Dávalos. Luego los temas del Dúo Loreto y más acacito los Kipus, innegablemente chiclayanos. Estos temas no les disgustan en absoluto a los anticriollos. La razón estriba en el tono con que son cantados. Temas criollos sí, pero cantados al estilo provinciano, lo cual les da en la yema del gusto por el matiz diferente de los intérpretes.
¿Pero es que hay gente que odia, aborrece y reniega del criollismo? Sí, y son muchos. Y la causa radica en que el criollo ha quedado en minoría, porque, además, es una antigua revancha que se quieren cobrar los formales por las burlas, tomaduras de pelo y apodos que siempre les endilgaron los criollos. Agréguense los provincianos por casi las mismas razones añadiéndole el desprecio que siempre sufrieron por parte de los criollos y los seudointelectuales aristocráticos quienes jamás sufrieron las afrentas mencionadas, pero consideran al criollismo sinónimo de basura que debe erradicarse y que, además, no sólo odian al criollismo sino que hasta organizan campañas para destruirlo.
Esto sucedió durante el gobierno de Velasco. Algunos asesores culturales y artísticos, con mucho de odio y rencor se llenaban la boca repitiendo una serie de epítetos contra el criollismo y su entorno, empezando por los programas criollos de la TV peruana. Nos referimos al inolvidable programa Danzas y Canciones del Perú, el único programa criollo que se transmitió en el horario estelar de los sábados a las ocho de la noche. De un momento a otro empezaron a recibir ataques, el programa y sus artistas y animadores, por ciertos folkloristas, quienes reclamando autenticidad empezaron a pedir un programa folklórico en igual horario. Pero no sólo fueron los folkloristas, hubo cierta camarilla cultural aristocrática y apolillada para quien todo lo criollo tenía tufo a puterío, a bronca y a drogas, que empezó a atacar al programa so pretexto de estar invadido de rojimios (!). Y no pararon hasta despedirlos. No bien asumió Morales Bermúdez, las órdenes fueron terminantes: ¡sáquenlos, son comunistas! Total, Nicomedes y Victoria Santa Cruz tuvieron que emigrar a Europa, Tania Libertad se tuvo que mudar a Mexico, y así por el estilo.
TE CONOZCO BACALAO.
Si se trata de describir al criollo, empezaremos con su modo de conversación y lo primero que llama la atención es la exageración, esta se realiza para darle énfasis al raje cuando describe un acontecimiento y se quiere impresionar al auditorio, o cuando se quiere sacar partido de algo o de alguien. Mayormente el criollo, al rajar de alguien no puede decir la verdad (y en algunos casos, no debe decirla) no le nace contar las cosas al pie de la letra, por no se sabe qué mecanismo de ocultación. Tiene que hacerlo obedeciendo al instinto, al impulso heredado de los andaluces: hay que exagerar para ganar y punto. Pero el criollo es conversador, no hay criollo mudo y si lo hay, fíjate bien, no vaya a ser que le hayan cortado la lengua. Y por el mencionado impulso conversador, es proclive a contar las cosas que vio en la ultima jarana, o en la calle, lo cual lo convierte en un creador de runrunes, un cronista distorsionador de los rumores callejeros, un deformador de los acontecimientos más simples, en otras palabras, un toquerazo. Con esta innata mitomanía lo que logra es convertir un arrebato de cartera en una balacera infernal; un simple beso de enamorados en un coito espectacular; y pero aún, un simple pedo moderadamente oloroso en una escandalosa diarrea con presa. Un consejo sano, no le preguntes a un criollo qué sucedió en determinado incidente o accidente, porque jamás te dirá la verdad. Y menos le preguntes a varios criollos sobre un solo acontecimiento porque saldrás más mareado que Jarano en la silla voladora porque todos te dirán una historia diferente.
Otro matiz es el que pinta al criollo como un tipo dicharachero, un repentista, un colocador de apodos cual banderillero taurino, un inventor de chistes surgidos de los acontecimientos de la actualidad limeña. Para ejemplo dos botones: cuando trascendió la noticia de que la cantante folklórica Abencia Meza era tortícolis, mejor dicho lesbiana, y le había metido un balazo a un niño huanca y que, además, ella pidió someterse a la prueba de la parafina, corrió la noticia de que no le iban hallar restos de pólvora en las manos porque el arma la había rastrillado con la cresta. Cuando últimamente se le acusó a Torres Ccalla, un anciano senador de 76 años, de violar a una menor de edad, se propagó el runrún, falso, por supuesto, como todos los runrunes, de que el veterano era su profesor de lingüística y lo que estaba haciendo era darle su respectiva práctica y que había que absolverlo, porque el tío ya no levantaba Carpayo y, además “con la lengua no se viola”.
Esta afición a crear rumores humorísticos de la nada, muy generalizada entre los limeños, está siendo absorbida paulatinamente por los provincianos. Parece una predisposición genética, una memoria colectiva, un instintivo impulso a reír o hacer reír por medio de la zalamería, la sandunga y el retruécano.
Mi padre me contaba que, en 1920 a sus 15 años, al llegar como repatriado desde Tarapacá a la tenebrosa Posada Sangrienta del criollo barrio de La Victoria, salió a conocer su nuevo vecindario que quedaba en Paseo de la República, frente a lo que hoy es el Estadio Nacional (en aquellos tiempos no existía ni siquiera el estadio de madera sino un establo propiedad de unos argentinos) y se le acercaron unos palomillas, le buscaron conversación, y a los cinco minutos le acuñaron un apodo, que debió haber sido ofensivo para él, porque jamás me dijo cuál era ese chaplín. Además añadió que a raíz del encuentro con aquel grupito victoriano, los palomillas le buscaban conversación y se reían y se codeaban disimuladamente. A los pocos días se percató de que la causa del vacilón no era otra cosa que su marcado acento achilenado y juró solemnemente, quitarse el payasesco acento mapochino. Pero esto ya es parte de otro tema. Lo que me relató mi padre es un claro ejemplo de la idiosincracia del limeño y su chacota a costa del recién llegado y la primera impresión que le causa a un provinciano inocente.
BUSCANDO LORNA.

¿Que un borracho quiere hablar con alguien? Allí se aparece el criollo como el ánima en pena, dispuesto a darle el zarpazo, mejor dicho el sablazo, porque el criollo toquea para hacer disparar al otro o para picarlo. Y si no le dan la oportunidad de hablar, ya sea porque el borracho es parlanchín o porque simplemente no te deja hablar, lo que hace es cobear, es decir, adular o seguirle el amén al otro. Ojo, a algunos esto les sonará que el criollo es una especie de amenaza pública, un raterillo que busca levantarse lo que está mal parado. Nada más alejado de la verdad. El criollo verdadero no te roba, te hace disparar. Si te robara entonces sería una piraña. Ahora bien, no nos engañemos, ratas hay hasta en los edificios más modernos y en las mejores familias, en los congresos y en todos los partidos políticos, tanto en el extranjero como en la aldea de Conchesucanchis, por tanto no sería de extrañar que existan criollos rateros (y conozco varios). Es la oportunidad la que incita al pecado. Querer defender al criollo así porque sí y cerrarse en que todo criollo es honrado es peligroso, debido a que si la carne es débil, las uñas también lo son. Y vale la pena un ejemplo para graficar la débil resistencia que oponen las uñas del criollo ante las tentaciones cleptómanas.
Cuando al finado Juan Valdivia Carbajal, entonces presidente del Centro Musical Tipuani, alguno de los socios le comentaba de algún acto ilícito de personajes del gobierno, sea coima, peculado, prevaricato, o dicho de manera más directa, robo, su réplica, invariablemente, era la siguiente:
- ¿Si estuvieras en el gobierno no harías lo mismo?
OBJECIONES.
Otra característica del criollismo es su apego a la tradición, esto ultimo le ha granjeado una serie de criticas de parte de algunos sectores que muchas veces han calificado al criollismo como conformismo, como una moda del 900 que se estancó, que jamás evolucionó en ninguna de sus formas, lo cual es una apresurada evaluación, un injusto prejuicio.
Empecemos por el tipo de instrumentos que se utiliza y demostraremos que estos sí han variado, que la música criolla, en cuanto a instrumentos, sí ha evolucionado: el vals y la polka criollos tradicionalmente se acompañaban –me refiero a las décadas del 30 y 40- con guitarras o piano, chapitas y cucharas, y añádase castañuelas en el caso de la polka. A partir de la década de los 50 con el conjunto Fiesta Criolla se introdujo el cajón en el vals y la polka, porque hasta los cuarenta el cajón solamente acompañaba a la marinera y el festejo. Luego, con el progreso, viene también el acompañamiento con bajo, teclados y guitarras eléctricas, batería, bongos y tumbadoras, etc. Sin olvidar que con el tío Julio Mori llegó el saxo a darle un tono moderno a la canción criolla sin quitarle sabor. Algunos le añadieron acordeón, pero eso se estila más en los cantantes provincianos (Carmencita Lara, por ejemplo). Y, por si alguien no se haya dado cuenta, en la década del sesenta Los Embajadores Criollos hicieron algunas grabaciones con arpa y nadie se molestó. Con esto decimos que en cuanto a instrumentos sí cambios.
Otra cosa es si esta introducción de nuevos instrumentos dio frutos. Ahí si que cambia el pastel, porque muchas innovaciones quedaron en la nada. Por ejemplo, hay un extraordinario pianista y arreglista characatollamado Lucho Neves, que, como tantos peruanos talentosos, hoy radica en el extranjero. Hizo un LP de música criolla con big-band y arreglos a lo Pérez Prado. Salió bacán el LP, pero sólo lo compraron los familiares del pianista. Rafael Amaranto hizo también un LP de música criolla con saxos y trompetas pero no pasó nada. Ahora bien, mi particular punto de vista es que la música criolla, léanlo bien, debe evolucionar y bienvenida sea la introducción de nuevos instrumentos musicales y para ello hagamos un paralelo.
La música argentina, digamos la milonga y el tango, nació con el acopmpañamiento de dos o tres guitarras, nada más. Y ni siquiera era cantado.  Luego poco a poco recibió los aportes del bandoneón, el piano, el violín, las voces,  y de este modo fue enriqueciéndose. La música cubana ídem: desde el trío que tocaba el son con solamente un tres, una guitarra y dos maracas llegó hasta la moderna charanga, donde los instrumentos de cuerda y de viento han traído una riqueza sonora digna de imitar y comparable a las orquestas de cámara que interpretan música clásica. Y si la introducción de nuevos instrumentos fue un éxito en otros países, ¿por qué no puede serlo en la música criolla? ¿Porqué quedarnos tan sólo con la guitarra y el cajón? Y perdonen la insistencia, pero espero que se lo graben en el disco duro: los criollos sí queremos cambios en la música criolla pero sin quitarle sabor: a la carapulca se le sazona con ají pero no con kétchup; y se le adorna con yuca, pero no con bróccoli. ¿Entendiste?
Luego, en cuanto a la temática, notamos que las tradicionales letras de amor, de fiesta y de despecho, cambiaron con Pinglo, quien en sus com´posiciones empezó a plantear el tema urbano, hasta ese momento poco menos que inexistente en la Lima de los 20s, para regalar al Perú temas tan extraordinarios con respecto al barrio (Vuelta al barrio), temas existenciales como la vejez (El espejo de mi vida) y temas sociales (El Plebeyo, La Obrerita, Jacobo el leñador, El Canillita, La Oración del Labriego). Y en cuanto a letras que plantean y exigen un cambio social, nos remitiremos a lo hecho por Manuel Acosta Ojeda con su Canción de Fe y otras. Con esto estoy refutando las aseveraciones inexactas de quienes, so pretexto de presumir de vanguardistas, iconoclastas o inconformes, en nombre de la modernización rinden pleitesía a quienes hacen toda clase de menjunjes musicales o letritas donde a cada paso te das cara a cara con huachaferías que soslayan un detalle muy simple y muy exacto: A uno le gusta escuchar lo que suena bien, lo que es agradable al oído y no la innovación por el simple hecho de innovar, por el prurito snob de estar a la moda y el resto son pamplinas. En todo caso, si quiero innovar, entonces traigo dos trombones, una balalaika, una matraca, le enseño a cantar en ruso a un loro, le quemo la cola a un gato y todo eso lo llevo a grabar y ya está: ya innové la música criolla. ¡Ya pues, déjense de huevadas! Se trata de innovar pero con buen gusto, con clase, como lo hicieron Pinglo y Manuel Acosta Ojeda con sus temas, como lo hiciera el conjunto Fiesta Criolla y su cajón incorporado, como lo lograra el mencionado tío Julito Mori, como la misma Eva Ayllón y sus arreglistas que le meten teclados, sintetizadores, flautas traversas y armonías jazzísticas. Pero todo ello viene - óiganlo bien, señores críticos descontentos - con sabor criollo, que no pierde su esencia con el arreglo, que se puede bailar con punta y taco, con quimba y recuteco.
Si la innovación no mantiene ese gustito a jarana está condenada al fracaso, como aquellos innovadores que fueron impuestos desde arriba en la década de los setenta, al igual de aquellos quienes, en los ochenta, introdujeron letras poéticas en el landó, cuya intención fue buena, hasta loable si se quiere, pero no pegó, porque ese tipo de landó al que empezaron a llamar “canción urbana” no era bailable y sus arreglos perdieron el sabor criollo para parecerse más a una pizza miraflorina que a un plato de frejoles con seco. Y a este punto, vale la pena una anécdota de Astor Piazzola, quien hiciera tantas innovaciones a la música rioplatense: cierta vez le increparon unos parroquianos en el boliche donde tocaba que se dejara de pavadas, que eso que hacía no era tango. Piazzola se arrebató.
- ¿Y quien te ha dicho a vos que lo que sho hago es tango, che viejo? ¡Sho lo que estoy haciendo es música de Bueno Saire, viejo! Oíme, boludo, esto es música urbana, no es tango, me entendés!?
No se lo entendieron, por supuesto. Lo mismo sucedió con los extraordinarios creadores de los ochenta, con sus dos ejemplos más saltantes: Andrés Soto y el Kiri Escobar: hicieron buena música, pero no pegó porque no se sabía, no se podía bailar. Pero en el ámbito internacional si se dio muchas veces: Pérez Prado, incomprendido y marginado en Cuba a principios de los cuarenta por meterle jazz a la música cubana, salió triunfador a nivel mundial con el mambo a fines de esa misma década. Lo mismo pasó con Rubén Blades quien le metió poesía a su salsa; y más acá con Juan Luis Guerra y su 4:40 quien le lavó la cara y maquilló a la cantinera bachata. No es necesario añadir que lo hicieron con clase y sin quitarle sabor.
QUE DICEN LOS FOLKLORISTAS.
Los telúricos, folkloristas fanáticos, arguyen otra variante: que la música criolla por tener origen e instrumentos europeos no merece la difusión que tiene porque no es auténticamente peruana, que la música vernácula es más pura que el agua de manantial. A estos fanáticos, en quienes he percibido revanchismo y antagonismo a ultranza solo les hago algunas preguntas: ¿es acaso el charango neto del tiempo de los incas? ¿Lo es el arpa? O lo es, acaso, el sabroso saxo de la música huanca? Y el huaynito “Amor de guardia civil” acaso viene de la gendarmería de Pachacútec? Y las trompetas y cornetas de las bandas folklóricas figuran acaso en algún huaco mochica? Trate, señor anticriollo, de hacer folklore sin esos instrumentos, a ver si le vacila a la gente andina. Haga usted música solo con pututos, y zampoñas y verá que se va a quedar lleno de telarañas y de huacos en el siglo XV. Al famoso conjunto “Los Pacharacos” quítele la guitarra y el saxo, quítele el cajón (¡sí, tocan huayno con cajón!) y qué le queda? (Respóndanme por favor sin insultos). Créanme, amigos folkloristas, (y esto lo digo sin cachita), la música andina es hermosa, lo mismo que la música criolla. Entonces, - y esto va también para los criollos- ¿porqué antagonizar? ¿Porqué discriminar? A ti criollo, si no te gusta lo vernacular, no vayas al coliseo, pues! Y a ti, folklorista resentido, si odias el vals y la polka no escuches música criolla pues, porque a nadie le vas a imponer tus gustos. Ya la historia no ha dado la dura lección de que lo que se impone desde arriba, al caballazo, termina mal. Por lo demás, el criollismo ha sobrevivido pese a los ataques que viene sufriendo desde hace buen tiempo, pese al poco apoyo que recibe de las entidades oficiales, pese al avance de la música juvenil bombardeada desde el extranjero por radio y TV y pese, vergüenza nuestra, a la desidia, negligencia y descuido –característica innata, vale acotarlo - de los mismos criollos.
OTROS ENFOQUES.
Existe además otra corriente adversaria. Es la corriente roquera, la del pop, el reggae y el perreo. Para estos muchachos todo lo que huela a criollo es sinónimo de siglo XIX y las tapadas. Su posición es perfectamente comprensible: los adolescentes viven en una permanente ebullición hormonal, ideológica y anímica. Es una enfermedad que se les cura con los años, es simplemente cosa de adolescentes. Cuando estos chicos lleguen a los cuarenta y logren la visa a Miami van a llorar con los valses de Zambo Cavero y Eva Ayllón, van a bailar huaylash mezclado con rock y, entre tanta hamburguesa, van a extrañar el olluquito con charqui (ver cuadro 3).
Aún hay más. La ultima contracorriente, débil y achacosa, es la de los mismos criollos que pasan de los setenta. Para ellos todo criollo que no gusta de los interpretes del año treinta es simplemente un cojudo a la vela. Según ellos hay que cantar como el dúo Montes y Manrique, los mismos temas de los Govea y hasta vestirse como los Govea, hay que peinarse y vestirse a lo Gardel, y peor, hay que escuchar con solemnidad y reverencia cuando dicen que todo tiempo pasado fue mejor.
Yo respeto a la guardia vieja, porque de sus cultores aprendí lo poco que sé. Porque muchos de ellos nos contaron sus anécdotas –mayormente infladas con el gas toquerón de la exageración criolla – que nos dejaron boquiabiertos. Lamentablemente los defensores de los temas de la guardia vieja, en su mayoría, están demasiado pegados a la década de 1920. Para ellos no hay otro criollismo que el de su tiempo, y valgan verduras, hay que decirles con el respeto que se merecen porque son nuestros maestros que la música criolla, para bien o para mal, sí ha evolucionado.
Mi viejo, por ejemplo, renegaba cuando escuchaba acompañar el vals con cajón, porque en sus tiempos no se usaba. Y tienen razón cuando nos dicen que antes había muchos más compositores criollos y se escuchaba más música criolla que hoy y para eso no hay que darle mucha vueltas al pollo a la brasa. Solamente hay que preguntarse cuántos habitantes tiene Lima. Y qué porcentaje de ellos son provincianos. Asimismo, qué cantidad de ritmos extranjeros llegaban a Lima y cuantos medios de comunicación había, además de la radio, los periódicos y Radio Bemba y qué cantidad hay hoy en día, con globalización e Internet. La respuesta es obvia. Y ella misma nos explica los ataques de los vernaculares. Hace ya varias décadas que Lima se está llenando de provincianos que han bajado en Desamparados con sus arpas, bombos y charangos;  y dicha nostalgia por su tierra la mezclaron con la cumbia; luego, sus descendientes convirtieron aquella máchica sonora en la internacionalmente famosa chicha, que es la música que escucharon desde la cuna las nuevas generaciones de limeños
COLOFÓN
Por todo lo anterior me atrevo a vaticinar que la esencia, es decir, la fórmula de la música criolla se va a alterar, a contaminar, no sé si para bien o para mal; no sé si sonará mejor o peor, no sabemos si se achichará, se ahuaynará o se acubanará, o amorenará, pero sí sé que lo que salga de allí no va a influir en los centros musicales, los cuales, por su autenticidad, por su integridad, por su coraza antipolución, por su vacuna antichicha, por su casco anti-perreo se diferencian de la comercialísimas peñas como una caja de fósforos de un ladrillo. Espero que quienes quieren antagonizar me hayan comprendido. Además, espero que surjan opiniones, que escriban y refuten, pero con argumentos, no con insultos. Hago por última vez la aclaración de que no soy enemigo del folklore ni de la evolución de la música.
Y una última invocación: no maten la música criolla.
MANUEL ARANIBAR LUNA.
Estocolmo, 15 de diciembre del 2004.








3 comentarios:

  1. Mira, todo lo que dices es verdad, pero olvidas decir que estas son las épocas de Larissa Riquelme y no de la Eleanor Roosevelt. todo evoluciona, y, por ende, el habla del pueblo también. no se puede desvirtuar lo nuevo ni alabar lo viejo así porque sí.

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    1. Parece que no has leído el artículo en su totalidad. Léelo de nuevo y verás que todo lo innovador es bienvenido pero con buen gusto. Un abrazo.

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  2. Cuándo fúe Larissa Riquelme personaje destacable de la época, las tetas se enseñaron en todas las epocas ?..y eso de que todo evoluciona comienza por por la forma de pensar antes de opinar...el aporte es importante....los que construyen siempre son criticados por lo que nunca hacen nada

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