Escribe: Manuel Araníbar Luna
En anterior artículo decíamos que el criollismo es
el modo de vivir del limeño por antonomasia, es su manera de gozar la vida, de
interpretar y disfrutar su música y de paladear su acerbo cultural, su arma de
supervivencia, un prisma hecho en casa para observar la realidad, pero también
su actitud frente al mundo que lo rodea.
Es una actitud, porque la reacción del criollo ante los
estímulos externos varía con respecto a la persona. Un criollo, ante una
agresión o ante un improperio verbal, reacciona al estilo calle. Un criollo ve
las cosas de acuerdo a su sentir. Un criollo corteja y se enamora al estilo
calle, paralelamente al formal que se enamora en balada, tango o bolero.
Y en lo que respecta a las actitudes, podemos resumirlo con
ejemplos y en gráfico, para describir de manera práctica las actitudes del tipo
formal y criollo ante diversas situaciones de la vida diaria y con esto
delinear la brecha que siempre existió entre los criollos y los formales, y que
nadie anteriormente se tomó el trabajo de describir desde la óptica del
criollo, es decir, desde abajo, y no desde el frío punto de vista del estudioso
académico que jamás pisó un callejón, que se empapó en la materia sólo por
libros leídos y que pone el mismo interés en describir una mariposa calavera,
un petroglifo pre-nasca o una dalia amazónica, terminado lo cual, guarda sus
folios y a otra cosa mariposa. (Ver cuadro 1)
Cuando decimos que es un modo de vivir nos referimos a las
costumbres adquiridas desde la niñez, y cuando afirmamos que es un arma de
supervivencia; describimos la manera de
reaccionar, improvisada y llena de inspiración ante los peligros que
comprometen su seguridad, su libertad, su pan, su trago y su derecho a
jaranear. Porque el criollo nace, no se hace. Me explico: digo que nace, no por
haber nacido en un callejón, sino -como lo canta Celio Gonzáles en Te quiero porque te quiero- porque le
nace del alma. Claro, hay excepciones que confirman la regla, por ejemplo,
quienes han llegado del extranjero, o de provincias y se han acriollado a tal
punto que es difícil deducir si son o no limeños. Pero es que estas personas
vienen con esa predisposición a la jarana, del mismo modo que sucede en quienes
jamás han visto un piano ni en foto y de improviso lo tocan y aprenden con una
facilidad lindante con las facultades extrasensoriales. A esto le llamo “nacimiento del alma”.
Definiéndolo…

Si se trata de definir al criollo con una sola palabra
chocaríamos con ese invisible tirano que son el tiempo y el espacio, porque a
dicho arquetipo representativo de la cultura peruana no se le puede definir con
una sola palabra, porque esto de retratar una idiosincrasia tan enrevesada,
alambicada y compleja no es una rígida fórmula matemática ni un test mental de
ingreso a una universidad, es algo que tiene más de cuna de palo y menos de
incubadora de pollos, más de soul que de tekno, más de espíritu que de músculo,
más de bobo que de academia, más de comba y cincel que de cuaderno. Algunos –
esa clase de académicos quienes resumen todo con una sola palabra - lo llaman
viveza, por no decir criollada. Otros, más cerca del enfoque político-social,
lo llaman conformismo. Los filósofos lo ven como una escuela y los acartonados
lo encadenan a la vagancia. Como se puede deducir, el criollismo no se define
con academia ni con colegio, sino más bien se vive, se expresa con hechos, se
desarrolla con gestos, se manifiesta con actitudes. Y, por último - esta es la
carnecita -, se goza.
Y para mejor definición, aquí tengo una receta de cocina:
metamos en una olla, de barro por supuesto, la replana, el callejón, el caño,
el cordel, el cajón, la guitarra, el vals, la polca, las décimas, la marinera,
las chapitas, las comidas, la mazamorra, el turrón, la procesión, la serenata,
y el resultado será –mejor que cualquier definición- un sancochao llamado
criollismo.
Cuadro 1.
COMPARATIVO DE COMPORTAMIENTO DE LOS
TIPOS “FORMAL” Y “CRIOLLO”.
Como podemos observar en el cuadro 1, en estas situaciones la actitud del individuo formal es
más la de un calzonudo, tetelememe o camastrón, sin dejar de ser un cucufato,
saco largo, calentador (o termo), pan de Dios e Inocencio; mientras que el
criollo, por el contrario demuestra ser irresponsable, alegrón, huasca,
cambalachero, chonguero y una mezcla del Manyute de Osorio, del Jarano de Crose
y del Sampietri de Julio Fairlie, los tres arquetipos de la idiosincrasia del
criollo limeño, del prototipo del homo limensis, que aparecieron hasta hace
algunos años en las tiras cómicas de los periódicos limeños (ver cuadro 2).
CUADRO 2.
Personajes arquetípicos formales y
criollos.
ÉXITOS.
Pero no nos engañemos, la verdadera garantía del éxito no la
da el ser demasiado criollo ni el ser demasiado formal. Por el contrario, los
problemas empiezan cuando el criollo se muestra en su total faceta y a lo único
que contribuye es a su propio descalabro. Y, haciendo un paralelo, el tipo
formal cuando está navegando en aguas que no son las suyas y se muestra en toda
su dimensión recibe los peores resultados. Es decir, se pierde lo mismo que un
huevo frito encima del cebiche. Los antiguos dicen que el criollo no se muere
de hambre y ese dicho no siempre es cierto. Criollos he conocido, vivos,
jaraneros, gozados y, en algunas épocas, con los bolsillos llenos de billetes
que han fallecido en la más completa miseria, muchas veces mendigando un pan o
un trago, y otras en asilo para personas desamparadas. La lista es conocida,
pero baste mencionar al extraordinario Alejandro Cortez, primera voz de Los
Morochucos, a Rómulo Varillas, a la Limeñita y Ascoy, a Pastor Zuzunaga y
paremos de contar, porque ya cansa reiterar pedidos y críticas al gobierno y
sus instituciones culturales, cuando todos sabemos que no nos van escuchar.
Algunos criollos irresponsables triunfan casi sin darse cuenta y muchos
individuos formales pegados a las leyes, esclavos de la planificación y el
método, fracasan. Aquí - me refiero al Perú donde todo puede pasar - prima más
la suerte, la cutra y el arreglo, la improvisación y el “vamos a ver qué pasa” que la perseverancia, la planificación y el
frío análisis. Por siaca, no hacemos una apología del criollo irresponsable ni
denigramos al zanahoria. Ambos tienen y merecen su propio lugar y su
oportunidad en la historia. Ambos se desempeñan inmejorablemente en sus
respectivos campos. Lo que sí es cierto es que se necesitan un poco el uno del
otro. El éxito lo obtienen los que le ponen su sazón criolla a sus actos, con
ciertas pinceladas – aunque hipócritas - de formalidad
Cuando afirmamos que se nace criollo, no queremos decir que
la única manera de ser criollo es naciendo con una guitarra y un conja. No, que
va. La mayor influencia, por supuesto la da el nacimiento y la crianza en un
hogar criollo, pero también la proporciona la cruda calle, donde uno aprende a
jugar a las bolitas, a enrollar la huaraca, a dominar la pelota, a darse de
trompadas y a retrucar las puyas de doble sentido. También influyen las
amistades y, aunque parezca mentira, algunas veces los mismos profesores del
colegio fiscal donde uno aprendió hacer sus planas. Quien firma estos apuntes
aprendió El Payandé de su maestra de
segundo año de primaria, la señorita Garro, de la escuela fiscal 458, Francisco Fabio Brenner, quien, no
tan amorosamente, pero sí con todo fervor y temblorosa voz, nos lo enseñó con
algunos tatequietos de por medio. ¡Y jamás se nos olvidó! (Me refiero a la
canción y -justo es divulgarlo- a los tatequietos).
Desde niño, cada vez que había fiesta en mi casa o en la de
mis parientes se escuchaba música criolla en vivo, puesto que mi padre y sus
amigos tocaban guitarra y cantaban valses, polcas y marineras de la guardia
vieja. Y a esto hay que añadirle que desde nuestra adolescencia nos acercábamos
tres o cuatro amigos a escuchar música criolla desde las ventanas del
restaurant Tradición. ¿Qué nos empujaba a hacerlo en una época en que las
radioemisoras rompían los parlantes con música de Elvis Presley, los Beatles y
Chubby Checker? Lo ignoro, pero no me arrepiento, como sí lo hago de algunas
canciones y películas de la nueva ola, que me conmovieron en aquellos tiempos,
pero que hoy...mejor lo comentamos en otra nota.
HIJO NO TENEMOS Y NOMBRE LE PONEMOS…
¿Pero cómo llamaríamos al limeño que no es o no se siente
criollo? Por ejemplo, el rockero o el salsero, será limeño pero no es ni se
siente criollo, (ojo que nos referimos a quien gusta o practica la música criolla) por tanto hay
quienes les llaman estirados, snobs, o formales. Y - ¡eureka, ya la di! - esa
es la palabra: el limeño que no se siente criollo viene a ser una persona
formal, en tanto que la formalidad signifique sujeción a las reglas, a la
seriedad, a la exactitud. Pero muchos rockeros y salseros tampoco son formales
ni pegados a las reglas. Y los hay cabeceadores, vagos, holgazanes,
fandangueros en cantidades industriales tan igual a los criollos-criollos. La
diferencia es que tanto el salsero como el rockero son igual de criollos, por
haberse nutrido de la tradición limeña pero lo único que le falta es el amor y
el deseo de jaranearse con la música criolla. Es que hay otra condición
importantísima y esta es el apego a la música peruana tradicional que viene del
callejón, del corralón de los barrios populares.
Ahora bien, si hablamos de seriedad, nos referimos a las
costumbres, a la música y comida tradicionales. ¿Y qué significa seriedad en
las costumbres? ¿No enyucar al prójimo? ¿No hablar en voz alta en un velorio?
¿Acostarse temprano y no asistir a fiestas? ¿Ser fiel al cónyuge? ¿Persignarse
después de haberla sacudido? Discúlpenme los “formales”, pero eso ya viene a
ser cucufatería decimonónica.
CUADRO 3.
Preferencias de Formales y criollos.
ORGULLO.
Muchos años atrás, Bartola Sancho Dávila, la mejor bailarina
de marinera de todos los tiempos, al ver el edificio de más de veinte pisos del
Ministerio de Educación, en ese entonces el más alto del Perú, lanzó una
ingeniosa y sabrosa criollada.
- ¡Qué tanto se almiran, carajo, este
edificio e’ mierda no es más que un callejón parao!
La frase, además de genial, expresa un orgullo. Sí, el
orgullo de haber nacido en callejón. Con esta frase le decía a todo el Perú que
el callejón no tiene nada que envidiarle al rascacielos. Y si le preguntaran a
don Augusto Ascuez, a Bartola, a Melcochita, a Barraza, al Loco Cassaretto, a
Manuel Acosta Ojeda lo mismo hoy en día con respecto al criollismo, ¡qué
dirían!
VAGONETAS F.C.

Mark Twain decía que el trabajo es digno de llamarse tal
cuando uno lo hace por obligación. Y, agregaríamos, deja de ser trabajo si una
persona se divierte con lo que hace. Ahora bien ¿cómo llamarías aquella
actividad que te divierte? ¿Deporte? ¿Arte? ¿Recreación? ¿Hobby? ¿Y cómo
llamarías a quien emplea su tiempo libre en acudir a un centro musical? ¿vago?,
¿criollo?, ¿borracho?, ¿bohemio? En algunos casos se confunde al vago con el
criollo, y al criollo con el bohemio, porque para los estirados, los chambadictos o los formales, la vagancia
se asocia con cualquier actividad donde uno se divierta. Según tal enfoque, es
un vago quien no marca tarjeta o no llega con su sobre de sueldo al fin de
semana. Injustamente se le endilgan tales adjetivos al futbolista, al
billarista, al músico, al pintor. Hace ya más de cuatro décadas, a raíz de que
el eximio billarista Adolfo Suárez Perret, “La Vieja” -criollazo del Cuartel
Primero- ganara el primer puesto del mundial de billar a tres bandas, fue
abordado estúpidamente por un prejuicioso periodista:
- ¡Y todavía te premian por practicar
un deporte para vagos!
La Vieja, con toda la razón del mundo, lo mandó bien lejos,
adonde se fue el padre Padilla, mejor dicho a la puta que lo parió. Efectivamente,
hay criollos que prácticamente viven en
los centros musicales y a quienes, valgan verdades, la palabra chamba les causa desmayos y escozor; algunos
billaristas no sueltan el taco y la tiza azulina ni para lñevantarse a una
hembra; peloteros para quienes la cancha de fulbito es su centro de adoración a
la Virgen de la Santa Bazooka del Divino Moño Rojo, pero no por ello tenemos
que pegarle a todos la etiqueta de “vagos”.
Todos ellos, de una u otra forma, se recursean: los billaristas de las lornas,
los peloteros de las apuestas, los criollos de los chivos o bolos, y algunos
hasta manguean en restaurantes, ¡Y se ganan la vida con lo que más les gusta!
No obstante, estas prácticas,
guste o no a la gente renegona y culifruncida, son recursos para sobrevivir (y
pagar sus vicios).
VIVIDORES.
Algunos dicen que los criollos viven de noche y duermen de
día en y para el criollismo, del mismo modo en que lo hacen los salsero,
rockeros, raperos, perreros y todo quien se identifica con una actitud musical,
con algún tipo de música y lo demuestra en su modus vivendi. Otros sostienen
que el principal recurso de la supervivencia del criollo es el de pegarse una
siestita mientras el mundo sigue andando, porque les gusta vivir de los demás,
porque la chamba “cansa” y porque ellos no nacieron para chambear. El conocido
dicho “el vivo vive del zonzo y el zonzo
de su trabajo”, es un claro ejemplo de esta ultima definición, donde se
confunde criollismo con ventajismo, con conchudez, con viveza. Los provincianos
recién bajados asumen esta afirmación como propia, porque en su mayoría han
sido víctimas del perro muerto, la estafa, el sablazo, el floro.
A muchos se les ha metido bien al fondo del cráneo, la idea
de que el criollo es una persona que se te pega como baba de caracol y no te
suelta hasta que estés más vacío que el cerebro de alguna vedette nacional. Y
según ellos, el criollo agarra la guitarra, te canta, te cuenta chistes o te
raja de alguien para incitarte a disparar como Rambo hasta quedar cero
perdigones. O en otros casos, te cae con la milonga arrabalera donde te llora
que está sin trabajo, que tiene que pagar la luz y el agua y que debe seis
meses de jato con lo cual, acongojado hasta las lágrimas metes la noma al lodri
y le rompes la palma, el puño, la muñeca y hasta el codo. Se quejan de los
criollos también, metiendo en un solo saco juntos al criollo alegrón con el
estafador o el vividor. Esto lo han hecho, lo hacen y lo seguirán haciendo,
pero no necesariamente todos los criollos.
DEFINIENDO LO INDEFINIBLE.
Cuando me refiero al criollo dentro del campo de la música,
no me refiero al aficionado a la música criolla sino al cultor y participante
de la música criolla, porque son dos acepciones completamente diferentes. Y
vale la pena aclarar un poco esta aserción. La palabra criollo originalmente se
refería al blanco nacido en las colonias y, por extensión, al español nacido en
las Américas. Luego se le comenzó a decir así al negro nacido en la América. La
chapa “crolo” con la que motejan a los negros, no se refiere a la palabra
“color” dicha al revés, sino que viene del francés “creole”, vale decir, criollo. Y una última acepción nos dice de
los animales, cosas, comida, música, etc. que son propios del país, para
diferenciarlos de los extranjeros (por ejemplo, comida criolla, para
diferenciarla de la comida internacional).
Pero no llamemos criollo a quien para celebrar su santo te
tiene escuchando sus 140 discos de Carmencita Lara y el cholo Berrocal. Tampoco
a quienes van los fines de semana a las peñas barranquinas y luego van a
matarla a las discocatecas miraflorinas.
¡No pues, así no es! A ellos se les debe llamar aficionados a la música
criolla. Su afición es respetable, y hasta plausible, porque es preferible un
aficionado a la música criolla que un aficionado al rap o al rock, pero a los
aficionados no les da la talla para autodenominarse criollos. ¿Por qué? Porque
el criollismo no lo llevan tatuado en el alma, sino que lo llevan pegado al
pecho con mocos. Con esto queremos decir que, como esta afición no es del bobo,
ni de crianza, se les puede desprender muy fácilmente como las escamas de la
cojinova y volverse, por ejemplo en fanático de Shakira o de Juan Gabriel y
vender hasta el calzoncillo por no perderse un recital de ellos. Y este
fanatismo de hoy transformado en olvido del mañana es nada más y nada menos que
lo que se denomina volubilidad. Del mismo modo, para los andaluces el cante
jondo flamenco nace con ellos, se desarrolla con ellos pero no muere con ellos,
porque queda guardado en sus cenizas y todo gusano que muerde de sus carnes
sale zapateando a lo gitano señorón.
ODIAME POR PIEDAD YO TE LO PIDO.
Ahora bien, si hemos dado una pauta para tratar de definir
al criollo, tratemos de definir al anticriollo, cómo llamarlo y porqué. Es del
caso y urgente señalarlo, porque necesitamos poner ambos arquetipos en
paralelo. En primer lugar. Si le llamamos así estamos partiendo del principio
de que el anticriollo odia todo lo criollo, en todo caso más cabría llamarlos
criollofóbicos. Ahora, si ponemos este último término tendríamos que tener
preclaros ejemplos de qué o quién es anticriollo o criollofóbico. Partamos por
los folkloristas, los cuales en su mayoría son anticriollos o criollofóbicos –
y algunos lo son de modo recalcitrante. ¿Cabe el término? ¿O cabe llamarlos
culifruncidos? En este último término, parece que el culifruncido es el
estirado, el pituco formal, señorito y calzón con blondas. ¿Qué tal llamarles
amargados, dado que el criollo es la antítesis del amargado? Está bien, porque
si hacemos un paralelo con cualquier ciudadano latino del mundo de las
características del criollo encontramos al andaluz de la tradición flamenca, al
carioca, al sonero cubano, al tanguero argentino arrabalero y compadrito, todos
los cuales tienen esa misma actitud ante la vida, ante la música y ante la
noche.
ACAPITE APARTE PERO ADYACENTE.
Hay un pequeño regustito por la música criolla cantada o
interpretada por provincianos. Verbigracia, las interpretaciones cantadas por
Cholo Berrocal y Carmencito Lara, las de los trovadores del Norte y los
Mochicas. Estas interpretaciones casi en su totalidad son escuchadas por
públicos provincianos. Algunas en tono anorteñado como los Mochicas y otras en
tono acharacatado, por ejemplo Los Dávalos. Luego los temas del Dúo Loreto y
más acacito los Kipus, innegablemente chiclayanos. Estos temas no les disgustan
en absoluto a los anticriollos. La razón estriba en el tono con que son cantados.
Temas criollos sí, pero cantados al estilo provinciano, lo cual les da en la
yema del gusto por el matiz diferente de los intérpretes.
¿Pero es que hay gente que odia, aborrece y reniega del
criollismo? Sí, y son muchos. Y la causa radica en que el criollo ha quedado en
minoría, porque, además, es una antigua revancha que se quieren cobrar los
formales por las burlas, tomaduras de pelo y apodos que siempre les endilgaron
los criollos. Agréguense los provincianos por casi las mismas razones
añadiéndole el desprecio que siempre sufrieron por parte de los criollos y los
seudointelectuales aristocráticos quienes jamás sufrieron las afrentas
mencionadas, pero consideran al criollismo sinónimo de basura que debe
erradicarse y que, además, no sólo odian al criollismo sino que hasta organizan
campañas para destruirlo.
Esto sucedió durante el gobierno de Velasco. Algunos
asesores culturales y artísticos, con mucho de odio y rencor se llenaban la
boca repitiendo una serie de epítetos contra el criollismo y su entorno,
empezando por los programas criollos de la TV peruana. Nos referimos al
inolvidable programa Danzas y Canciones
del Perú, el único programa criollo que se transmitió en el horario estelar
de los sábados a las ocho de la noche. De un momento a otro empezaron a recibir
ataques, el programa y sus artistas y animadores, por ciertos folkloristas,
quienes reclamando autenticidad empezaron a pedir un programa folklórico en
igual horario. Pero no sólo fueron los folkloristas, hubo cierta camarilla
cultural aristocrática y apolillada para quien todo lo criollo tenía tufo a
puterío, a bronca y a drogas, que empezó a atacar al programa so pretexto de
estar invadido de rojimios (!). Y no pararon hasta despedirlos. No bien asumió
Morales Bermúdez, las órdenes fueron terminantes: ¡sáquenlos, son comunistas! Total,
Nicomedes y Victoria Santa Cruz tuvieron que emigrar a Europa, Tania Libertad
se tuvo que mudar a Mexico, y así por el estilo.
TE CONOZCO BACALAO.
Si se trata de describir al criollo, empezaremos con su modo
de conversación y lo primero que llama la atención es la exageración, esta se
realiza para darle énfasis al raje cuando describe un acontecimiento y se
quiere impresionar al auditorio, o cuando se quiere sacar partido de algo o de
alguien. Mayormente el criollo, al rajar de alguien no puede decir la verdad (y
en algunos casos, no debe decirla) no le nace contar las cosas al pie de la
letra, por no se sabe qué mecanismo de ocultación. Tiene que hacerlo
obedeciendo al instinto, al impulso heredado de los andaluces: hay que exagerar
para ganar y punto. Pero el criollo es conversador, no hay criollo mudo y si lo
hay, fíjate bien, no vaya a ser que le hayan cortado la lengua. Y por el
mencionado impulso conversador, es proclive a contar las cosas que vio en la
ultima jarana, o en la calle, lo cual lo convierte en un creador de runrunes,
un cronista distorsionador de los rumores callejeros, un deformador de los
acontecimientos más simples, en otras palabras, un toquerazo. Con esta innata
mitomanía lo que logra es convertir un arrebato de cartera en una balacera
infernal; un simple beso de enamorados en un coito espectacular; y pero aún, un
simple pedo moderadamente oloroso en una escandalosa diarrea con presa. Un
consejo sano, no le preguntes a un criollo qué sucedió en determinado incidente
o accidente, porque jamás te dirá la verdad. Y menos le preguntes a varios
criollos sobre un solo acontecimiento porque saldrás más mareado que Jarano en
la silla voladora porque todos te dirán una historia diferente.
Otro matiz es el que pinta al criollo como un tipo
dicharachero, un repentista, un colocador de apodos cual banderillero taurino,
un inventor de chistes surgidos de los acontecimientos de la actualidad limeña.
Para ejemplo dos botones: cuando trascendió la noticia de que la cantante
folklórica Abencia Meza era tortícolis, mejor dicho lesbiana, y le había metido
un balazo a un niño huanca y que, además, ella pidió someterse a la prueba de
la parafina, corrió la noticia de que no le iban hallar restos de pólvora en
las manos porque el arma la había rastrillado con la cresta. Cuando últimamente
se le acusó a Torres Ccalla, un anciano senador de 76 años, de violar a una
menor de edad, se propagó el runrún, falso, por supuesto, como todos los
runrunes, de que el veterano era su profesor de lingüística y lo que estaba
haciendo era darle su respectiva práctica y que había que absolverlo, porque el
tío ya no levantaba Carpayo y, además “con la lengua no se viola”.
Esta afición a crear rumores humorísticos de la nada, muy
generalizada entre los limeños, está siendo absorbida paulatinamente por los
provincianos. Parece una predisposición genética, una memoria colectiva, un
instintivo impulso a reír o hacer reír por medio de la zalamería, la sandunga y
el retruécano.
Mi padre me contaba que, en 1920 a sus 15 años, al llegar
como repatriado desde Tarapacá a la tenebrosa Posada Sangrienta del criollo
barrio de La Victoria, salió a conocer su nuevo vecindario que quedaba en Paseo
de la República, frente a lo que hoy es el Estadio Nacional (en aquellos
tiempos no existía ni siquiera el estadio de madera sino un establo propiedad
de unos argentinos) y se le acercaron unos palomillas, le buscaron
conversación, y a los cinco minutos le acuñaron un apodo, que debió haber sido
ofensivo para él, porque jamás me dijo cuál era ese chaplín. Además añadió que
a raíz del encuentro con aquel grupito victoriano, los palomillas le buscaban
conversación y se reían y se codeaban disimuladamente. A los pocos días se
percató de que la causa del vacilón no era otra cosa que su marcado acento achilenado
y juró solemnemente, quitarse el payasesco acento mapochino. Pero esto ya es
parte de otro tema. Lo que me relató mi padre es un claro ejemplo de la
idiosincracia del limeño y su chacota a costa del recién llegado y la primera
impresión que le causa a un provinciano inocente.
BUSCANDO LORNA.
¿Que un borracho quiere hablar con alguien? Allí se aparece
el criollo como el ánima en pena, dispuesto a darle el zarpazo, mejor dicho el
sablazo, porque el criollo toquea para hacer disparar al otro o para picarlo. Y
si no le dan la oportunidad de hablar, ya sea porque el borracho es parlanchín
o porque simplemente no te deja hablar, lo que hace es cobear, es decir, adular
o seguirle el amén al otro. Ojo, a algunos esto les sonará que el criollo es
una especie de amenaza pública, un raterillo que busca levantarse lo que está
mal parado. Nada más alejado de la verdad. El criollo verdadero no te roba, te
hace disparar. Si te robara entonces sería una
piraña. Ahora bien, no nos engañemos, ratas hay hasta en los edificios más
modernos y en las mejores familias, en los congresos y en todos los partidos
políticos, tanto en el extranjero como en la aldea de Conchesucanchis, por
tanto no sería de extrañar que existan criollos rateros (y conozco varios). Es
la oportunidad la que incita al pecado. Querer defender al criollo así porque
sí y cerrarse en que todo criollo es honrado es peligroso, debido a que si la
carne es débil, las uñas también lo son. Y vale la pena un ejemplo para
graficar la débil resistencia que oponen las uñas del criollo ante las
tentaciones cleptómanas.
Cuando al finado Juan Valdivia Carbajal, entonces presidente
del Centro Musical Tipuani, alguno de los socios le comentaba de algún acto
ilícito de personajes del gobierno, sea coima, peculado, prevaricato, o dicho
de manera más directa, robo, su réplica, invariablemente, era la siguiente:
- ¿Si estuvieras en el gobierno no harías lo mismo?
OBJECIONES.
Otra característica del criollismo es su apego a la
tradición, esto ultimo le ha granjeado una serie de criticas de parte de
algunos sectores que muchas veces han calificado al criollismo como
conformismo, como una moda del 900 que se estancó, que jamás evolucionó en
ninguna de sus formas, lo cual es una apresurada evaluación, un injusto
prejuicio.

Empecemos por el tipo de instrumentos que se utiliza y
demostraremos que estos sí han variado, que la música criolla, en cuanto a
instrumentos, sí ha evolucionado: el vals y la polka criollos tradicionalmente
se acompañaban –me refiero a las décadas del 30 y 40- con guitarras o piano,
chapitas y cucharas, y añádase castañuelas en el caso de la polka. A partir de
la década de los 50 con el conjunto Fiesta Criolla se introdujo el cajón en el
vals y la polka, porque hasta los cuarenta el cajón solamente acompañaba a la
marinera y el festejo. Luego, con el progreso, viene también el acompañamiento
con bajo, teclados y guitarras eléctricas, batería, bongos y tumbadoras, etc.
Sin olvidar que con el tío Julio Mori llegó el saxo a darle un tono moderno a
la canción criolla sin quitarle sabor. Algunos le añadieron acordeón, pero eso
se estila más en los cantantes provincianos (Carmencita Lara, por ejemplo). Y,
por si alguien no se haya dado cuenta, en la década del sesenta Los Embajadores
Criollos hicieron algunas grabaciones con arpa y nadie se molestó. Con esto
decimos que en cuanto a instrumentos sí cambios.
Otra cosa es si esta introducción de nuevos instrumentos dio
frutos. Ahí si que cambia el pastel, porque muchas innovaciones quedaron en la
nada. Por ejemplo, hay un extraordinario pianista y arreglista characatollamado
Lucho Neves, que, como tantos peruanos talentosos, hoy radica en el extranjero.
Hizo un LP de música criolla con big-band y arreglos a lo Pérez Prado. Salió
bacán el LP, pero sólo lo compraron los familiares del pianista. Rafael
Amaranto hizo también un LP de música criolla con saxos y trompetas pero no
pasó nada. Ahora bien, mi particular punto de vista es que la música criolla,
léanlo bien, debe evolucionar y bienvenida sea la introducción de nuevos
instrumentos musicales y para ello hagamos un paralelo.
La música argentina, digamos la milonga y el tango, nació
con el acopmpañamiento de dos o tres guitarras, nada más. Y ni siquiera era
cantado. Luego poco a poco recibió los
aportes del bandoneón, el piano, el violín, las voces, y de este modo fue enriqueciéndose. La música
cubana ídem: desde el trío que tocaba el son con solamente un tres, una
guitarra y dos maracas llegó hasta la moderna charanga, donde los instrumentos
de cuerda y de viento han traído una riqueza sonora digna de imitar y
comparable a las orquestas de cámara que interpretan música clásica. Y si la
introducción de nuevos instrumentos fue un éxito en otros países, ¿por qué no
puede serlo en la música criolla? ¿Porqué quedarnos tan sólo con la guitarra y
el cajón? Y perdonen la insistencia, pero espero que se lo graben en el disco
duro: los criollos sí queremos cambios en la música criolla pero sin quitarle
sabor: a la carapulca se le sazona con ají pero no con kétchup; y se le adorna
con yuca, pero no con bróccoli. ¿Entendiste?
Luego, en cuanto a la temática, notamos que las
tradicionales letras de amor, de fiesta y de despecho, cambiaron con Pinglo,
quien en sus com´posiciones empezó a plantear el tema urbano, hasta ese momento
poco menos que inexistente en la Lima de los 20s, para regalar al Perú temas
tan extraordinarios con respecto al barrio (Vuelta
al barrio), temas existenciales como la vejez (El espejo de mi vida) y temas sociales (El Plebeyo, La Obrerita, Jacobo el leñador, El Canillita, La Oración
del Labriego). Y en cuanto a letras que plantean y exigen un cambio social,
nos remitiremos a lo hecho por Manuel Acosta Ojeda con su Canción de Fe y otras. Con esto estoy refutando las aseveraciones
inexactas de quienes, so pretexto de presumir de vanguardistas, iconoclastas o
inconformes, en nombre de la modernización rinden pleitesía a quienes hacen
toda clase de menjunjes musicales o letritas donde a cada paso te das cara a
cara con huachaferías que soslayan un detalle muy simple y muy exacto: A uno le
gusta escuchar lo que suena bien, lo que es agradable al oído y no la
innovación por el simple hecho de innovar, por el prurito snob de estar a la
moda y el resto son pamplinas. En todo caso, si quiero innovar, entonces traigo
dos trombones, una balalaika, una matraca, le enseño a cantar en ruso a un
loro, le quemo la cola a un gato y todo eso lo llevo a grabar y ya está: ya innové
la música criolla. ¡Ya pues, déjense de huevadas! Se trata de innovar pero con
buen gusto, con clase, como lo hicieron Pinglo y Manuel Acosta Ojeda con sus
temas, como lo hiciera el conjunto Fiesta
Criolla y su cajón incorporado, como lo lograra el mencionado tío Julito
Mori, como la misma Eva Ayllón y sus arreglistas que le meten teclados,
sintetizadores, flautas traversas y armonías jazzísticas. Pero todo ello viene
- óiganlo bien, señores críticos descontentos - con sabor criollo, que no
pierde su esencia con el arreglo, que se puede bailar con punta y taco, con
quimba y recuteco.
Si la innovación no mantiene ese gustito a jarana está
condenada al fracaso, como aquellos innovadores que fueron impuestos desde
arriba en la década de los setenta, al igual de aquellos quienes, en los
ochenta, introdujeron letras poéticas en el landó, cuya intención fue buena,
hasta loable si se quiere, pero no pegó, porque ese tipo de landó al que
empezaron a llamar “canción urbana” no
era bailable y sus arreglos perdieron el sabor criollo para parecerse más a una
pizza miraflorina que a un plato de frejoles con seco. Y a este punto, vale la
pena una anécdota de Astor Piazzola, quien hiciera tantas innovaciones a la
música rioplatense: cierta vez le increparon unos parroquianos en el boliche
donde tocaba que se dejara de pavadas, que eso que hacía no era tango. Piazzola
se arrebató.
- ¿Y quien te ha dicho a vos que lo que sho hago es tango,
che viejo? ¡Sho lo que estoy haciendo es música de Bueno Saire, viejo! Oíme,
boludo, esto es música urbana, no es tango, me entendés!?
No se lo entendieron, por supuesto. Lo mismo sucedió con los
extraordinarios creadores de los ochenta, con sus dos ejemplos más saltantes:
Andrés Soto y el Kiri Escobar: hicieron buena música, pero no pegó porque no se
sabía, no se podía bailar. Pero en el ámbito internacional si se dio muchas
veces: Pérez Prado, incomprendido y marginado en Cuba a principios de los
cuarenta por meterle jazz a la música cubana, salió triunfador a nivel mundial
con el mambo a fines de esa misma década. Lo mismo pasó con Rubén Blades quien
le metió poesía a su salsa; y más acá con Juan Luis Guerra y su 4:40 quien le
lavó la cara y maquilló a la cantinera bachata. No es necesario añadir que lo
hicieron con clase y sin quitarle sabor.
QUE DICEN LOS FOLKLORISTAS.
Los telúricos, folkloristas fanáticos, arguyen otra
variante: que la música criolla por tener origen e instrumentos europeos no
merece la difusión que tiene porque no es auténticamente peruana, que la música
vernácula es más pura que el agua de manantial. A estos fanáticos, en quienes
he percibido revanchismo y antagonismo a ultranza solo les hago algunas
preguntas: ¿es acaso el charango neto del tiempo de los incas? ¿Lo es el arpa?
O lo es, acaso, el sabroso saxo de la música huanca? Y el huaynito “Amor de guardia civil” acaso viene de la
gendarmería de Pachacútec? Y las trompetas y cornetas de las bandas folklóricas
figuran acaso en algún huaco mochica? Trate, señor anticriollo, de hacer
folklore sin esos instrumentos, a ver si le vacila a la gente andina. Haga
usted música solo con pututos, y zampoñas y verá que se va a quedar lleno de
telarañas y de huacos en el siglo XV. Al famoso conjunto “Los Pacharacos”
quítele la guitarra y el saxo, quítele el cajón (¡sí, tocan huayno con cajón!)
y qué le queda? (Respóndanme por favor sin insultos). Créanme, amigos
folkloristas, (y esto lo digo sin cachita), la música andina es hermosa, lo
mismo que la música criolla. Entonces, - y esto va también para los criollos-
¿porqué antagonizar? ¿Porqué discriminar? A ti criollo, si no te gusta lo
vernacular, no vayas al coliseo, pues! Y a ti, folklorista resentido, si odias
el vals y la polka no escuches música criolla pues, porque a nadie le vas a
imponer tus gustos. Ya la historia no ha dado la dura lección de que lo que se
impone desde arriba, al caballazo, termina mal. Por lo demás, el criollismo ha
sobrevivido pese a los ataques que viene sufriendo desde hace buen tiempo, pese
al poco apoyo que recibe de las entidades oficiales, pese al avance de la
música juvenil bombardeada desde el extranjero por radio y TV y pese, vergüenza
nuestra, a la desidia, negligencia y descuido –característica innata, vale
acotarlo - de los mismos criollos.
OTROS ENFOQUES.
Existe además otra corriente adversaria. Es la corriente
roquera, la del pop, el reggae y el perreo. Para estos muchachos todo lo que
huela a criollo es sinónimo de siglo XIX y las tapadas. Su posición es
perfectamente comprensible: los adolescentes viven en una permanente ebullición
hormonal, ideológica y anímica. Es una enfermedad que se les cura con los años,
es simplemente cosa de adolescentes. Cuando estos chicos lleguen a los cuarenta
y logren la visa a Miami van a llorar con los valses de Zambo Cavero y Eva
Ayllón, van a bailar huaylash mezclado con rock y, entre tanta hamburguesa, van
a extrañar el olluquito con charqui (ver cuadro 3).
Aún hay más. La ultima contracorriente, débil y achacosa, es
la de los mismos criollos que pasan de los setenta. Para ellos todo criollo que
no gusta de los interpretes del año treinta es simplemente un cojudo a la vela.
Según ellos hay que cantar como el dúo Montes y Manrique, los mismos temas de
los Govea y hasta vestirse como los Govea, hay que peinarse y vestirse a lo
Gardel, y peor, hay que escuchar con solemnidad y reverencia cuando dicen que
todo tiempo pasado fue mejor.
Yo respeto a la guardia vieja, porque de sus cultores
aprendí lo poco que sé. Porque muchos de ellos nos contaron sus anécdotas
–mayormente infladas con el gas toquerón de la exageración criolla – que nos
dejaron boquiabiertos. Lamentablemente los defensores de los temas de la
guardia vieja, en su mayoría, están demasiado pegados a la década de 1920. Para
ellos no hay otro criollismo que el de su tiempo, y valgan verduras, hay que
decirles con el respeto que se merecen porque son nuestros maestros que la
música criolla, para bien o para mal, sí ha evolucionado.
Mi viejo, por ejemplo, renegaba cuando escuchaba acompañar
el vals con cajón, porque en sus tiempos no se usaba. Y tienen razón cuando nos
dicen que antes había muchos más compositores criollos y se escuchaba más
música criolla que hoy y para eso no hay que darle mucha vueltas al pollo a la
brasa. Solamente hay que preguntarse cuántos habitantes tiene Lima. Y qué
porcentaje de ellos son provincianos. Asimismo, qué cantidad de ritmos
extranjeros llegaban a Lima y cuantos medios de comunicación había, además de
la radio, los periódicos y Radio Bemba y qué cantidad hay hoy en día, con
globalización e Internet. La respuesta es obvia. Y ella misma nos explica los
ataques de los vernaculares. Hace ya varias décadas que Lima se está llenando
de provincianos que han bajado en Desamparados con sus arpas, bombos y
charangos; y dicha nostalgia por su
tierra la mezclaron con la cumbia; luego, sus descendientes convirtieron
aquella máchica sonora en la internacionalmente famosa chicha, que es la música
que escucharon desde la cuna las nuevas generaciones de limeños
COLOFÓN
Por todo lo anterior me atrevo a vaticinar que la esencia,
es decir, la fórmula de la música criolla se va a alterar, a contaminar, no sé
si para bien o para mal; no sé si sonará mejor o peor, no sabemos si se
achichará, se ahuaynará o se acubanará, o amorenará, pero sí sé que lo que
salga de allí no va a influir en los centros musicales, los cuales, por su
autenticidad, por su integridad, por su coraza antipolución, por su vacuna
antichicha, por su casco anti-perreo se diferencian de la comercialísimas peñas
como una caja de fósforos de un ladrillo. Espero que quienes quieren
antagonizar me hayan comprendido. Además, espero que surjan opiniones, que
escriban y refuten, pero con argumentos, no con insultos. Hago por última vez
la aclaración de que no soy enemigo del folklore ni de la evolución de la
música.
Y una última invocación: no maten la música criolla.
MANUEL ARANIBAR LUNA.
Estocolmo, 15 de diciembre del 2004.